Romance del Cid y del conde Lozano
Cuando en el tiempo reinaba —el santo rey D. Fernando,
primo de aquel alevoso —al que llamaron D. Sancho,
mandó hacer un pendón —de seda, raso y brocado
y en el medio una cruz roja —de la orden de Santiago.
Una vez lo tuvo hecho, —a la corte lo ha llevado,
para darlo a conocer —y presumir de ilustrado,
que queda la mar de bien —hacerlo de vez en cuando.
Dirigióse a la asamblea —de sus nobles cortesanos
y les habló de esta guisa —tras haber carraspeado
para llamar la atención —de los allí convocados,
igual que suelen hacer —los oradores probados.
—¿Hay alguno entre vosotros —les dijo en tono engolado,
que me guarde este pendón —poniendo el mayor cuidado,
hasta que yo se lo pida —de vuelta para sacarlo
al frente de mis mesnadas —y mis hombres a caballo?
Ha de ser de sangre noble, —conde o marqués blasonado
porque no digan algunos —que ha caído en malas manos.
Se levantó de su asiento —uno de los más ancianos
y dirigiéndose al rey —así le habló muy ufano:
—Dadme, buen rey, el pendón, —que yo sabré bien guardarlo.
Tres hijos mancebos tengo, —en armas aventajados,
que cuando se lo pidáis—serán hombres para darlo.
Uno no pudo sufrirlo—uno llamado Lozano,
que aquel hombre sin blasones—se mostrara tan osado;
y pegándole una ostia—lo tachó de vil villano,
porque hay hombres en la corte—le dijo más que enfadado,
más adecuados que vos—para guardarlo y cuidarlo.
Se fue el buen viejo a su casa,—corrido y avergonzado;
—¿Qué te pasa, esposo mío,—la mujer le ha preguntado,
que así de mustio te veo—tan pálido y alterado?
Él no responde palabra— guarda para sí su enfado,
y llamando a sus tres hijos —luego los tiene a su lado;
vino el mayor, luego vino—el que era sólo el mediano
vino además el pequeño, —que era el más adelantado,.
el cual agarra a su padre —allí donde acaba el brazo;
El padre le dice: « ¡Suelta!»—sin obtener resultado,
porque sacando un puñal—el hijo así ha contestado:
—A Dios pongo por testigo. —juro por el cielo santo
que si no os quito la vida—es porque me habéis criado.
¿Es posible, padre mío, —es posible, padre amado,
que hayáis perdido el sentido—que os haya la razón fallado?
—Ni yo he perdido el sentido, —ni la razón me ha fallado;
la honra, sí, que he perdido—ese conde me ha afrentado.
¿Sabes lo que siento, hijo, —viéndome así maltratado?
Saberme, como me sé, —viejo y cargado de años,
sin atreverme a salir—con ese traidor al campo.
—No se aflija ni se apene;—siéntese y tome un bocado,
le respondiera aquel hijo—modelo de hijos sanos.
Mientras el padre comía,—el muchacho se fue armando;
corrió salas y aposentos—y vio colgada de un clavo
una espada ya mohosa—a la que así le ha hablado:
—Bien sé que te correrás—de verme niño muchacho;
pero confío en tu cruz—que he de volver bien vengado.
Y cabalgando Babieca, —que es un caballo historiado,
a la corte se encamina—y pregunta por Lozano.
El rey le manda a decir—pues que era un su vasallo:
—Tente, Rodrigo, tente,—hasta que pasen dos años,
cuando serás más crecido—y vengar podrás tu agravio.
Rodrigo dice que no:—dos horas le doy de plazo
y si no viene en dos horas—será felón deshonrado.
Lozano es conde y valiente,—en cólera arde enfadado:
apriesa coge la silla;—apriesa coge el caballo;
con una mano lo agarra;—le pone freno y bocado;
con los dientes de la boca—la cincha le fue apretando,
y sin poner pie en estribo—lo monta de un solo salto,
pasa por medio de todos,—va corriendo y galopando,
haciendo alarde de noble—haciendo alarde de garbo.
Las damas que lo veían—le ruegan no haga mucho daño
a aquel mozo valiente—valiente para sus años,
porque Rodrigo es muy niño—y no era razón matarlo.
Rodrigo dice que fuertes—eran su lanza y su brazo;
el Conde arde de rabia—y ambos caminan al campo.
—Ven acá, rapaz, —le dijo. — ¿Me estás amenazando?
Corre, ve y dile a tu padre—igual que a tus dos hermanos,
que con ellos y contigo—me enfrento si es necesario.
—Eso no, conde atrevido; —eso no, conde villano;
que lo que yo no hiciere—no lo han de hacer mis hermanos.
El conde tiró su lanza, —que iba los vientos rajando;
Rodrigo tiró la suya, —y justo acertó en el blanco;
le atravesó cota y pecho, —la silla y hasta el caballo.
También dicen los escritos—que pasó la tierra un palmo.
Viéndose el conde así herido, —del corcel se ha apeado;
Rodrigo que vido esto—también del suyo ha saltado,
ya echan mano a las espadas—y el combate se ha trabado.
Vence Rodrigo y lo mata—tras dejarlo malparado.
Le corta igual la cabeza; —también le corta la mano.
que en la punta de la lanza—como bandera ha clavado
y ufano vuelve a la corte, —estas palabras hablando:
— ¿Hay alguno entre vosotros, —primos, parientes o hermanos,
que acepten el desafío? —Aquí en el campo os aguardo.
Viendo que nadie salía, —a su casa ha caminado
y ante su padre presenta —la cabeza del malvado:
—Rodrigo soy, de Vivar, — el sin igual castellano,
hijo de Diego Laínez, —que mató al Conde Lozano.
porque no quiso sufrir —aquel afrentoso agravio
hecho a su padre en la corte—un padre viejo y anciano.
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