Caminando va José —al par de una borriquilla
en cuya silla se sienta —su esposa y virgen encinta,
se dirigen a Belén, —van caminando deprisa
porque temen llegar tarde —y no encontrar acogida
después del largo viaje —a que la ley los obliga.
pues decretaron un censo —los que en Judea dominan.
Hallan, llegados al pueblo, —toda la gente dormida
pues pasa de medianoche —y va ya de amanecida.
Mas ellos no se amilanan —y en los guardianes
confían,
gente modesta y pobre —benevolente y tranquila.
—Abre las puertas, portero, —ábrenos, por vida mía,
que llegamos muy cansados —y descansar necesita
esta que viene conmigo —y a punto de estar parida,
clama José a grandes voces —que reflejan su fatiga.
Pero aquel hombre no cede —ni a la piedad da cabida
porque hace oscuro y no ve —y el temor lo domina
a que sus jefes no entiendan — muestre el alma
conmovida.
—Estas puertas no se abren —antes de que raye el
día,
no puedo hacer otra cosa —por orden gubernativa,
les dice con ronco acento —y voz que el cansancio
irrita.
Entonces ante los hechos —ellos perplejos cavilan
y ya no saben qué hacer —ni hallar al hecho salida,
pero por suerte unas cuadras —había en las
cercanías
que los labriegos usaban —como refugio y guarida
de sus rebaños de ovejas —de vuelta y de recogida
cuando los fríos aprietan —y es la lluvia
intempestiva;
a ellas se dirigieron —nuestra pareja aterida
pues los dolores del parto —está sintiendo María.
A mitad de madrugada, —la Virgen sola paría
sin comadrona al alcance —ni ayuda parecida;
ya con el niño en los brazos —lo acunaba y mecía,
dulces palabras le hablaba —tiernas palabras decía
en las que a un tiempo expresaba —cariño, amor y
alegría
ante el regalo del cielo —y pequeña maravilla;
se quitó luego del pelo —el paño que lo cubría
que al punto partido en dos — de pañales le servía,
pero los ángeles santos —más ricos se los traían,
unos de lino escogido, —otros de lana muy fina
y con ellos envolvieron —la endeble criaturita
que reposaba en la cuna —en la ocasión escogida
que era tan solo un pesebre —en el que un buey
comía
cuando no estaba durmiendo —y nada lo requería,
y al alimón con un mulo —paja y pienso compartía.
Pares extraños aquellos —que los tiempos producían.
Luego tornaron al cielo, —los ángeles, bien se
entendía,
al ritmo de villancicos —y celestes melodías
como jamás los oyeran —gentes de humanos nacidas.
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