jueves, 15 de diciembre de 2022

EL NACIMIENTO DE JESÚS

 

Caminando va José —al par de una borriquilla

en cuya silla se sienta —su esposa y virgen encinta,
se dirigen a Belén, —van caminando deprisa

porque temen llegar tarde —y no encontrar acogida

después del largo viaje —a que la ley los obliga.

pues decretaron un censo —los que en Judea dominan.
Hallan, llegados al pueblo, —toda la gente dormida

pues pasa de medianoche —y va ya de amanecida.

Mas ellos no se amilanan —y en los guardianes confían,

gente modesta y pobre —benevolente y tranquila.

—Abre las puertas, portero, —ábrenos, por vida mía,
que llegamos muy cansados —y descansar necesita

esta que viene conmigo —y a punto de estar parida,

clama José a grandes voces —que reflejan su fatiga.

Pero aquel hombre no cede —ni a la piedad da cabida

porque hace oscuro y no ve —y el temor lo domina

a que sus jefes no entiendan — muestre el alma conmovida.

—Estas puertas no se abren —antes de que raye el día,

no puedo hacer otra cosa —por orden gubernativa,

les dice con ronco acento —y voz que el cansancio irrita.

Entonces ante los hechos —ellos perplejos cavilan

y ya no saben qué hacer —ni hallar al hecho salida,

pero por suerte unas cuadras —había en las cercanías

que los labriegos usaban —como refugio y guarida

de sus rebaños de ovejas —de vuelta y de recogida

cuando los fríos aprietan —y es la lluvia intempestiva;

a ellas se dirigieron —nuestra pareja aterida

pues los dolores del parto —está sintiendo María.

A mitad de madrugada, —la Virgen sola paría

sin comadrona al alcance —ni ayuda parecida;
ya con el niño en los brazos —lo acunaba y mecía,

dulces palabras le hablaba —tiernas palabras decía

en las que a un tiempo expresaba —cariño, amor y alegría

ante el regalo del cielo —y pequeña maravilla;
se quitó luego del pelo —el paño que lo cubría
que al punto partido en dos — de pañales le servía,
pero los ángeles santos —más ricos se los traían,
unos de lino escogido, —otros de lana muy fina

y con ellos envolvieron —la endeble criaturita

que reposaba en la cuna —en la ocasión escogida

que era tan solo un pesebre —en el que un buey comía

cuando no estaba durmiendo —y nada lo requería,

y al alimón con un mulo —paja y pienso compartía.

Pares extraños aquellos —que los tiempos producían.

Luego tornaron al cielo, —los ángeles, bien se entendía,

al ritmo de villancicos —y celestes melodías

como jamás los oyeran —gentes de humanos nacidas.

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