Romance de Zelinda y su galán
Ante el balcón de Zelinda—galán se pasea Zaide
a la espera de que salga—y sus quejas expresarle.
Salió Zelinda al balcón—que más hermosa no cabe,
cual luna llena de noche—o como el sol más radiante.
—Buenos días tengas, mora. —A ti, moro, Alá te guarde.
—Escucha, Zelinda mía,— escúchame por un instante,
Presta atención a mis quejas—guarda pa’ ti los desaires:
¿Es verdad lo que le han dicho—tus criados a mi paje,
que con otro hablar pretendes— y que a mí quieres dejarme?
Y por si eso no fuera—suficiente y ya bastante,
¿por un turco mal nacido, —hijo de una mala madre?
No quieras tener oculto—lo que tan claro se sabe,
Que es, la mentira, muy fea—asquerosa y despreciable.
No quieras de ese defecto—hacerte presa y culpable.
¿Te acuerdas que me dijiste, —en el jardín la otra tarde,
«tuya soy, tuya seré, —y tuya es mi vida, Zaide?»
Quien no cumple sus promesas—es traidora y despreciable.
Reconvenida, Zelinda—en sí de enojo no cabe,
Echa chispas por los ojos—y casi le da un ataque;
¿Cómo se atreve aquel necio—la conducta a censurarle?
Ella es una mujer libre—que hace lo que le place
E imposición no tolera—lo que se dice, de nadie.
Su voluntad es soberana—y que los otros se aguanten.
Le cierra pues el balcón—y al hombre planta en la calle.
El turco, que la escena ha visto—tira al suelo su turbante,
y con voz atenorada—le dice así sus pesares:
— ¿Quieres que vaya a buscarlo—donde se oculte y se guarde,
y te traiga la cabeza—del que ha osado así hablarte?
¿O quieres que lo persiga—por tierra, mares y aire
Hasta que al fin lo encuentre—y a tu presencia lo arrastre?
¿Quieres que suba hasta el cielo—y que justicia demande,
y que defienda tu causa—y que el desquite reclame?
Dime qué quieres que haga—qué te gusta y te complace,
estoy dispuesto a servirte—hasta que muera y la palme.
— ¡Caramba con el sujeto!— ¿Quién hay que se le compare?
¡Un esclavo voluntario!—Eso sí que es tener ‘chance’.
¡No seré yo quien se queje—pues que las cosas son tales!
-para el coleto se dice—Zelinda, de buen talante.
Por otra parte el galán —indiferente al desplante
terco en su rara locura —siguió haciéndole la calle.
Que los hay que empecinados; —llevan tan lejos su aguante
que no se apean del macho —y de la burra no caen
aunque les saquen un ojo —o las cuarenta le canten.
Sostenella y no emmendalla —y no ceder ante nadie
es deber de bien nacido —y de criado en pañales
de púrpura u otro tejido —que más os guste y le cuadre.
Zelinda va por la vida—causando muchos desastres,
Pero eso a nadie le importa—cada cual vaya a su aire,
Que hoy la libertad se impone—y al que le pique, se rasque.
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