A cazar va el Rey Don Pedro, —ya se va de cacería,
caza ciervos, caza tordos —que es arte de cetrería,
pegar tiros en el bosque —lo reconforta y le chifla,
y perseguir con halcones —las inermes avecillas;
hay que ver como disfruta —si sale de correría
con sus vasallos y nobles —y gente que le es adicta.
Lo pasa en grande, el cuitado, —ruge, cabalga y se excita
hasta extremos impensables —para la gente tranquila.
Así se calma los nervios —y al estrés da salida.
que le produce el gobierno —del reino y de sus provincias,
pues controlar a la gente —no es tarea sencilla
al alcance de cualquiera —que tenga poca estamina,
vale decir resistencia —si en castellano se explica;
pero para su desgracia —se levantara aquel día
con el horóscopo negro —y con la suerte torcida,
con el pie equivocado; —el día aquel no le iba
y el tiro por la culata —por sorpresa le salía;
iban los perros cansados —y el halcón no volvía
cuando de pronto sintió —se le nublaba la vista,
que le fallaban las piernas —que casi desfallecía.
—Ay, que me muero, se dijo —palpándose las costillas
por ver si en su sitio estaban —tal como siempre solían;
no sé que tengo o me pasa —que la sangre se me enfría,
me da vueltas la cabeza —y todo en torno me gira.
Tranquilo, no te acojones —mantén la mente bien fría
puesto que si te acaloras —el mal empeoraría;
nadie está para ayudarte —échale ‘güevos’ y tira.
Y con estas reflexiones —se calma y se tranquiliza.
Le diera el mal de la muerte, —como a tantos sucedía
en aquel tiempo de atraso —e ignorancia supina,
cuando ninguno una papa —sabía de medicina
y un catarro te curaban —haciéndote una sangría.
Me valgan Dios y los santos—si no me parto de risa.
El caso es que preocupado —para su casa volvía
cuando se encuentra a un pastor —que un rebaño conducía
de cabras con sus cabritos —mezclados con raza ovina,
y que ganaba unas perras —si mensajes transmitía:
—Albricias dadme Don Pedro, — dádmelas por vida mía;
que Doña Sancha parió —un varón como una encina,
sano, pesado y robusto —como de buena familia.
— ¡En mala hora parió, —cuando su padre moría!
Mejor si hubiera esperado —una ocasión más propicia.
Tras decir estas palabras, —el Rey subió para arriba,
do lo esperaba su madre —nerviosa e intranquila.
—Haced la cama, mi madre, —hacédmela, y daos prisa,
que a punto estoy de diñarla —e irme a la fosa fría;
apresuraos, señora, —que apenas me queda vida.
Y hablando de otra cosa —por si alguna se me olvida,
no le digáis a mi Sancha, — mi esposa santa y querida,
que me he muerto de repente —sin tiempo de despedidas;
temo que siendo tan joven —el choque no soportaría;
es delicada y sensible, —el susto la mataría,
y para colmo de cosas —está de recién parida,
está débil y no aguanta —la inesperada noticia;
le ocultaréis el deceso —todo lo que lo permitan
las circunstancias del caso, —en tanto y en la medida
en que hacerlo podáis —sin complicaros la vida;
guardad silencio, os ordeno —no digáis la boca es mía;
no le digáis de mi muerte —antes de cuarenta días,
los que deben preceder —a la misa de parida.
Y así estiró la pata —el rey, un aciago día.
Don Pedro ya se murió, —su mujer nada sabía.
Nadie le dijera nada — y descuidada vivía
entregada a sus labores —y la diaria rutina.
Puede que extrañe al lector —tanto descuido y desidia
y que no echase de menos —al marido en la yacija;
pero eran tiempos antiguos —y las costumbres varían;
cada cual sus aposentos, —la intimidad prefería,
no compartían el lecho —como la higiene exigía,
cada uno tenía el suyo —fabricado a la medida,
se adelantaban al tiempo —en que la cosa ocurría..
Llegara el día de Pascua, —quiere ir ella a la misa
como la ley lo dispone —como la ley anticipa,
y le pregunta a la suegra —qué vestido se pondría.
—Como eres alta y delgada —lo negro te convendría.
—No quiero yo ir de luto —voy de misa de parida,
no hay que llamar la desgracia —ni jugar con la mentira.
Mientras está componiéndose —oye en la lejanía
el melancólico son —de los sinos que tañían
por alguien que se había muerto —y pasara a mejor vida.
—Dígame, señora suegra, —¿Qué es lo que pasa en la villa?
¿A qué viene tanto estruendo —bulla, follón y bolina?
¿Por quién doblan las campanas? —Tanto ruido me intriga.
Tanto doblar por los muertos —sólo me da mala espina.
Dadme razón del suceso —es cosa que me fascina.
Decid qué está sucediendo — ¿qué me ocultáis, suegra mía?
—Nada te estoy ocultando —eres tú la que deliras.
Son de la iglesia mayor —que nos convocan a misa.
—Oigo que cantan responsos, — ¿a quién a enterrar irían?
—Es el día del patrón, —y hay procesión en la villa.
—Aconsejadme, mi suegra, —véisme aquí confundida,
¿qué me conviene ponerme? — ¿Qué vestido llevaría?
Es cosa que mucho importa —y que aumenta la autoestima.
—Como eres blanca y delgada, —lo negro bien te estaría.
— ¡Quitad allá, mi señora, —quitad allá, suegra mía,
que para vestir de luto —bastante tiempo tendría!—
Las doncellas van de luto, —ella de Pascua Florida.
Encontraron a un pastor —que tocaba la ocarina;
— ¡Vaya una viuda hermosa; —mírala y qué pulida!
—Diga, diga la mi suegra; — ¿ese pastor, qué decía?
—Que caminemos de priesa, —o perderemos la misa. —
A la entrada de la iglesia —toda la gente la mira.
—Dígame usted, D. Melchor, —acláreme el punto y diga
por qué me mira la gente —como a una aparecida.
—Hay que decírtelo, Sancha —pues de saberse tenía:
Aquí se entierra a los reyes —y a los nobles de Castilla,
y aquí yace Don Pedro —tu marido de por vida.
— ¡Ay, triste de mí, cuitada, —y qué engañada vivía!
que en vez de venir de luto, —vengo de recién parida.
¡Desgraciado mi hijo, —en mal hora lo paría!
Que por la desgracia suya, —hijo sin padre sería.
¡Malhaya sea mi suegra, —que por mi bien me mentía!
Debiera venir de luto — ¡vengo de recién parida!
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