jueves, 1 de diciembre de 2022

Romance de la infanticida II

21 de abril de 2020, romance de la infanticida-2 


A un padre contaba el hijo —lo que en la casa pasaba:


—Escucha, padre querido, —escucha, padre del alma,

guarda que los dos se burlan —y se lo toman a guasa,

pues que el vecino y mi madre —comparten sofá y almohada;

ella te pone los cuernos, — traidora y desvergonzada,

no siente remordimientos —ni se arrepiente de nada.

Te convendría hacer algo —la situación no me agrada.

El padre no hacía caso —de lo que el niño contaba;

la fiesta en paz prefería, — no quiere él saber nada

y esconde cual avestruz —la cabeza bajo el ala.

Ha de salir de viaje —pues es tiempo de rebajas,

hay una oferta de seda —que pasó de temporada.

Llegó a oídos de ella  —que el hijo la denunciaba

Y sin cortarse ni un pelo  —tomó en el asunto cartas.

Mientras el padre está ausente —al niño ella degollaba,

con un cuchillo de acero —templado en aceite y agua,

más duro que el pedernal — y afilado cual navaja,

y le sacaba la lengua —y a los perros se la echaba;

los perros se compadecen, —y del suelo no la alzan,

que a veces los animales  —de virtud lección nos daban

De las entrañas del niño —prepara una cazuelada,

para ofrecerla al marido —tan pronto como regresara.

Al otro día temprano —el padre a la puerta llama,

lo primero que pregunta —es por el hijo del alma.

—Siéntate, Francisco, y come,  —que el niño en la calle anda

y como es tan pequeño, —en los recados se tarda.

Echando la bendición,  —la carne en el plato habla:

—Detente, padre, detente —porque más lejos no vayas

y tengas que arrepentirte —más tarde de lo que hagas;

a punto estás de comerte — al hijo de tus entrañas;

a la madre que me has dado — ¿qué esperas, que no la matas?

Merece que la degüelles — o que pedazos la hagas

por traidora y mal nacida, — falsa, cruel y desalmada,

con un cuchillo de acero —o de dos filos un hacha.

Oyendo la madre esto —se ha encerrado en una sala,

y llama al demonio a voces —que se la lleve en volandas,

a donde nadie la encuentre, —a donde nadie la alcanza.

Tras de la puerta el demonio —pronto y listo la acechaba:

— ¿Qué quieres, mujer de bien, —que tan aprisa me llamas?

Heme aquí pronto a servirte —dime qué quieres que haga.

—Que me agarres de los pelos —y me arrastres por la sala

y me lleves al infierno, —o donde mejor le cuadra;

pues horroroso es mi crimen —y nadie lo perdonara.

Sin demorarse un instante, — él de los pelos la agarra,

la lleva de un lado a otro, — la zarandea y la arrastra,

y de tal modo se empeña —y la golpea y maltrata,

la deja para los restos —la zurra y la desbarata,

que aquello fuera un desastre —una hecatombe y desgracia.

Cuando acudió la justicia —a poner orden y calma

en aquel batiburrillo —sin ejemplo en la comarca,

halló el cuerpo hecho pedazos —mas desprovisto de alma,

que en los profundos infiernos — a penar ya comenzaba.

Tal es la suerte que espera —a quien del cesto se salga

porque atenerse no quiera —a vida justa y reglada

y prefiera en cambio hacer —su real y santa gana,

lo que le sale de ahí, —lo que le peta y le cuadra,

sin de Moisés tener cuenta —los Mandamientos y Tablas

que, cual si nunca existieran, —por el sobaco se pasa.

Así termina la historia —de aquella mujer nefasta

que prefirió condenarse —a ir de buena y santa.

Hay de todo en este mundo —la libertad es sacrosanta.


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