Pasados los cinco meses, —ya la preñez se notaba
en el vientre de María, —que nada disimulaba,
de modo que su marido —inquieto se preguntaba
que podía haber pasado —puesto que era intocada,
porque fiel a la promesa —hecha a la recién casada
de no tocarle ni un pelo
—ni de meterla en su cama
con ella había vivido —como si
fuera su hermana.
Se había guardado casto, —no era culpable de nada.
—¿Me habrá traicionado acaso —y sin que yo
lo notara?
se preguntaba angustiado —aquel sujeto sin tacha
que repudiar no quería —a su esposa bienamada.
¡Vaya un escándalo fuera —que ella lo traicionara!
No quería ni pensarlo —La idea lo trastornaba.
Cogido en un mar de dudas —y no queriendo mancharla
publicando su vergüenza —ni al Sanedrín denunciarla
como mandaban las leyes, —determinó abandonarla,
irse de casa a escondidas, —marcharse por la callada
sin dar cuarto al pregonero —ni a nadie decir palabra,
De abandono del hogar —prefirió que lo acusaran
antes que echar la culpa —a su esposa infortunada.
Estaba a punto de hacerlo —cuando de madrugada
mientras del lecho revuelto —a alzarse
se aprestaba
porque no había dormido —en toda la noche
amplia
un ángel se le apareció, —le dijo que se calmara
porque no había motivo —para hacer lo que pensaba.
—La ha poseído el Espíritu —al que Santo todos
llaman,
porque Yahvé lo ha querido; —hecho no ha cosa mala
la que tienes por mujer —pese a
que está preñada.
Cosas peores se han visto, —no hay
lugar para la alarma.
Tranquilízate, José, —no hagas una montaña
de un granito de arena —que apenas del suelo alza.
Que abandones el
hogar —no hace ninguna falta
puesto que tu mujer —no es
culpable de nada.
Sigue viviendo con ella —como si
nada pasara.
Convencido el carpintero —del
ángel por la palabra
ya no dudó de su esposa, —consintió en tenerla en casa
mientras Dios fuera servido —y así lo
determinara.
No hay comentarios:
Publicar un comentario