martes, 20 de diciembre de 2022

Romance de la Angelina


jueves 12 marzo 2020

 Érase un padre corriente —tal cual el tiempo los daba,

que ya tenía tres hijas —y se mesaba las barbas

porque su esposa querida —sólo hembras engendraba.

— ¿Habrá, entre sí decía, —más desdichado que yo?

Y cuando el rostro volvió —halló la respuesta viendo

que otro iba bendiciendo —la suerte que a él le tocó

al engendrar sólo hembras —y no engendrar un varón.

—Las hembras son más pacíficas —van de la paz y el amor

y sólo en casos contados —le atizan un coscorrón

al hijo desobediente —maleducado y faltón,

argumentaba el fenómeno —para apoyar su razón.

Pero su hija Angelina —fue de la regla excepción

porque a sus hijos y nietos —educaba con rigor,

no les pasaba ni una —y a la menor ocasión

les atizaba un guantazo —un golpe o un pescozón

sin sentir remordimiento —pena, piedad o compasión,

cual si de pedernal fuera —su maternal corazón.

Hasta el punto que en el barrio —ya despertaba el temor

de que extendiese la práctica —todo a su alrededor

y aprendiesen las madres —aquel extraño fervor

por educar a los hijos —a golpe de zapatón.

¿Cómo llegó a aquel extremo? —La crueldad ¿do la aprendió?

Pues nadie nace malvado —sino inocente y simplón,

se preguntaba la gente —ante aquella reacción

inusitada en las madres —de su misma condición.

La respuesta era muy simple —la mamó del biberón,

pues que el maltratado aprende —de aquel que lo maltrató

a hacer a los demás —el mal mismo que padeció,

y el maltratado en la cuna —devuelve lo que recibió,

ejerce sobre los otros —lo que primero él sufrió.

Lo dice quién de ello entiende, —no es caprichosa invención.

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