jueves, 22 de diciembre de 2022

LOS PASTORES ADORAN A JESÚS

 Capítulo 2 


Eran los años aquellos —en que en Judea reinaba

un reyezuelo que Roma —para aquel puesto nombrara,

cuando un suceso ocurrió —del que hablaría la fama:

nació en Belén un chiquillo —de una pareja ordinaria

en un portal o caverna —que en las afueras estaba

dado que en la población —no había libre una cama

en las posadas y albergues, —que la gente abarrotaba

porque vinieran al censo —que el que mandaba ordenara.

A prima vista era un niño —que a nadie dijera nada,

tan parecido a los otros —como una haba a otra haba.

Mas multitud de prodigios —su nacer acompañaran.

Para empezar, los pastores —que sus rebaños guardaban

en los campos aledaños —y que nada sospechaban,

vieron de pronto que el cielo —de ángeles se les poblaba

que a advertirlos vinieran —de lo que entonces pasaba,

y a decirles gozosos —con gran clamor y fanfarria

que un redentor les naciera —aquella misma mañana

en la ciudad de David —tanto en la Biblia mentada

y que acudieran a verlo —y darle una zambombada

pues la ocasión lo exigía —y fuera cosa acertada.

—¡Qué redentor ni qué leches! —¡Pues vaya con la parvada!

les respondiera perpleja —aquella gente iletrada

que, miembros del pueblo llano, —con ruedas no comulgaba

de harineros molinos —a los que movía el agua,

la clase trabajadorea, —gente sencilla y sensata

como sostiene la izquierda —moderna y adelantada.

Ya no creía en milagros —ni semejantes patrañas,

bulos, infundios y cuentos, —cual no creyó Sancho Panza

aquel sensato escudero —que al Quijote acompañara

en sus aventuras locas —y sus múltiples andanzas.

Mas al final se dijeron, —vamos allá a ver qué pasa

pues que tal vez sea cierto —lo que los ángeles cantan

y nos perdamos incrédulos —una ocasión señalada

de darnos a conocer —entre la gente que manda;

y sin pensarlo dos veces —fueron todos en manada

a dónde se les dijera —tal como se les mandaba.

Llegados a aquel portal —que de Belén hoy se llama

hallaron al Niño Dios —que en su cunita lloraba

(quiero decir del pesebre —tendido sobre la paja)

mientras María y José —y las bestias que allí estaban

lo miraban embobados —y dando a los cielos gracias

porque aquel alumbramiento —en parejas circunstancias

sin comadrona asistente —ni médico alguno en prácticas

cuando madre primeriza —María rompiera aguas,

sin que lamentar hubiera —ningún malparto o desgracia.

Ante aquel Dios hecho carne —los pastores se admiraban

y de corazón le dieron —de lo mejor que llevaban,

el queso, el pan y el chorizo —e incluso una cuajada

hecha de leche de oveja —a la de cabra mezclada

cuyas virtudes son muchas —y el nutricionista alaba

cuando según el análisis —están las defensas bajas.

Con tan parco refrigerio —los pastores se apañaban

las largas noches de invierno —que a la intemperie pasaban,

pues eran tiempos difíciles —y había que hacerles cara.

Los pastores lo adoraron —y entonaron el ¡Hosanna

en el cielo  a los hombres — que viven en paz santa!

Tras de lo cual se volvieran —tranquilos a sus majadas.

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