Capítulo 2
Eran los años aquellos —en que en Judea reinaba
un reyezuelo que Roma —para aquel puesto nombrara,
cuando un suceso ocurrió —del que hablaría la fama:
nació en Belén un chiquillo —de una pareja
ordinaria
en un portal o caverna —que en las afueras estaba
dado que en la población —no había libre una cama
en las posadas y albergues, —que la gente abarrotaba
porque vinieran al censo —que el que mandaba
ordenara.
A prima vista era un niño —que a nadie dijera nada,
tan parecido a los otros —como una haba a otra
haba.
Mas multitud de prodigios —su nacer acompañaran.
Para empezar, los pastores —que sus rebaños guardaban
en los campos aledaños —y que nada sospechaban,
vieron de pronto que el cielo —de ángeles se les
poblaba
que a advertirlos vinieran —de lo que entonces
pasaba,
y a decirles gozosos —con gran clamor y fanfarria
que un redentor les naciera —aquella misma mañana
en la ciudad de David —tanto en la Biblia mentada
y que acudieran a verlo —y darle una zambombada
pues la ocasión lo exigía —y fuera cosa acertada.
—¡Qué redentor ni qué leches! —¡Pues vaya con la
parvada!
les respondiera perpleja —aquella gente iletrada
que, miembros del pueblo llano, —con ruedas no
comulgaba
de harineros molinos —a los que movía el agua,
la clase trabajadorea, —gente sencilla y sensata
como sostiene la izquierda —moderna y adelantada.
Ya no creía en milagros —ni semejantes patrañas,
bulos, infundios y cuentos, —cual no creyó Sancho
Panza
aquel sensato escudero —que al Quijote acompañara
en sus aventuras locas —y sus múltiples andanzas.
Mas al final se dijeron, —vamos allá a ver qué pasa
pues que tal vez sea cierto —lo que los ángeles
cantan
y nos perdamos incrédulos —una ocasión señalada
de darnos a conocer —entre la gente que manda;
y sin pensarlo dos veces —fueron todos en manada
a dónde se les dijera —tal como se les mandaba.
Llegados a aquel portal —que de Belén hoy se llama
hallaron al Niño Dios —que en su cunita lloraba
(quiero decir del pesebre —tendido sobre la paja)
mientras María y José —y las bestias que allí
estaban
lo miraban embobados —y dando a los cielos gracias
porque aquel alumbramiento —en parejas circunstancias
sin comadrona asistente —ni médico alguno en
prácticas
cuando madre primeriza —María rompiera aguas,
sin que lamentar hubiera —ningún malparto o
desgracia.
Ante aquel Dios hecho carne —los pastores se
admiraban
y de corazón le dieron —de lo mejor que llevaban,
el queso, el pan y el chorizo —e incluso una
cuajada
hecha de leche de oveja —a la de cabra mezclada
cuyas virtudes son muchas —y el nutricionista alaba
cuando según el análisis —están las defensas bajas.
Con tan parco refrigerio —los pastores se apañaban
las largas noches de invierno —que a la intemperie
pasaban,
pues eran tiempos difíciles —y había que hacerles
cara.
Los pastores lo adoraron —y entonaron el ¡Hosanna
en el cielo
a los hombres — que viven en paz santa!
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