Romance de la aparición
— ¿Dónde va usted, caballero? — ¿Dónde va usted por ahí
tan triste y meditabundo —e inclinada la cerviz?
—Voy en busca de mi esposa —que hace años no la vi;
tengo nostalgia de ella —de sus ojos y nariz;
nadie la tuvo tan bella —larga quizá un poquitín.
—Su esposa de usted se ha muerto —un día del mes de abril,
de un berrinche maligno — al que yo misma asistí;
algo la contrariara, —no lo pudo resistir.
En su sepelio yo estuve —y parte del duelo fui;
y para que usted me crea —detalles puedo añadir
que refuercen lo que digo —y de verdad den cariz:
era cerúlea su cara —los dientes como el marfil
que son lo que más resiste —y se transforma en fósil;
el pañuelo a la cabeza —jamás otro igual no vi;
a hombros la transportaban — cuatro duques de postín;
Tocaba la marcha fúnebre —un cuarteto, y el violín
hiciera llorar a una piedra —que acertara a lo oír.
—Haya muerto o no haya muerto, —a su casa quiero ir
a saludar a sus padres —y bajar luego al jardín
donde los dos paseábamos —y donde fui tan feliz.
A la sombra de un manzano —el primer beso le di
y el primero me dio ella, —me dijo, y la creí,
Sale una sombra a mi encuentro — la escalera al subir;
mientras yo más me apartaba, —más se acercaba ella a mí.
—Cálmese usted, caballero; —y no le dé el frenesí
que suelen dar los fantasmas —como los nórdicos djin,
Yo soy su esposa querida, —que hace un año fenecí.
Los brazos que lo abrazaban —a la tierra se los di;
la boca que lo besaba —fue de gusanos festín.
Vuelve a casarte, mi hombre, — y no llores más por mí;
Ahorra esas tiernas lágrimas —que no son dignas de ti;
llama a tu hija primera —Rosa de pitiminí,
para que cuando la nombres, —creas que yo reviví.
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