estaba una bella dama—asomada a su balcón,
muy peinada y arreglada—hecha del todo un primor,
cuando pasó por la calle—de Sevilla un burlador
que haciendo honor a su fama—una coplilla le echó.
—Ábreme, muchacha bella, —que relumbras más que el sol.
Pareces casi una estrella—asomada a ese balcón.
—Puesto que así me requiebras—sube a mi casa y los dos
disfrutaremos un rato—de la tan grata ocasión.
Mi marido está de caza—aquí sola me dejó,
¡malas centellas lo coman—que así pago el desamor.
Ojalá nunca regrese—le echaré una maldición:
cuervos le saquen los ojos—un águila el corazón,
y los perros con que caza—lo muerdan a cual mejor.
— ¡Vaya una brava mujer! —el joven reconoció.
Tiene los machos bien puestos—diera a un hombre lección.
Y sin otras dilaciones—al piso se dirigió
do lo esperaba ya presa—de uterino furor
aquella hembra salida—ansiosa de un revolcón.
— ¿Dónde dejo mi caballo?—Ponlo en la cuadra al rincón.
— ¿Dónde pongo esta escopeta?—Do te parezca mejor.
— ¿Qué hago con la chaqueta?—Cuélgala y sanseacabó.
Ya se quitó los calzones—y en la silla los dejó,
y cuando se solazaban—a un lado cualquier temor,
hétete aquí que el marido—se muestra de sopetón
que interrumpiera la caza—quizá por premonición.
—Abre la puerta, Lucía,—que estoy de vuelta, mi amor;
larga se hacía la ausencia—lejos de ti, corazón.
Casi se muere de golpe—del susto y de la emoción
aquella hembra traidora—demudada la color.
Bajó a abrirle la puerta—se la abrió sin dilación
Al mismo tiempo que se la—daba con queso y jamón.
—Tienes el rostro encendido—hecho todo un arrebol,
le dijo el marido honrado—mirándola con atención;
se te ha subido la fiebre—o te atormenta el amor.
—No me ha dado calentura—ni me transporta el amor,
me has cogido de sorpresa—como quien dice a traición.
Mas ya recobro el aliento, —adiós a la excitación.
Suben los dos a la alcoba, —y un perro allí les ladró.
— ¿Qué hace aquí este perro?— ¿Cómo en la casa entró?
—Pues no pudiera decirte—si vino del exterior
despistado y sin saberlo—quizá por intuición
sabiendo que de caza sales—conociendo tu afición.
— ¿Con que un perro callejero?— ¿Sin dueño ni cuidador?
Esa es buena, esposa mía—nunca disculpa mejor;
se ve que estás inspirada, —tienes imaginación.
Entraron más adelante, —y un caballo relinchó.
— ¿De quién es ese caballo—que en las cuadras se oyó?
—Tuyo, tuyo, esposo mío, —que mi padre te lo dio,
para estrenarlo en la boda—de mi hermana la mayor.
—Viva tu padre mil años,—agradezco su atención,
mas puesto que tengo uno,—generoso se excedió,
antes de hacerme el regalo—informarse bien debió.
Una escopeta de caza—la atención le llamó.
— ¿De quién es esa escopeta—de la cual veo el cañón?
—Tuya, tuya, dueño mío,—que mi padre te la dio,
para que fueras de caza—a los montes de León
cuando en casa no tuvieras—que hacer cosa mejor.
—Viva tu padre mil años, —que en tales cosas pensó;
conocedor de mis gustos—a ellos se adelantó.
Entraron más adelante, —y en la percha se fijó.
— ¿De quién es esa chaqueta—con el forro de algodón?
—Tuya, tuya, esposo mío, —qué bien te sienta, rediós.
Nunca se vio como ella— ¡El sastre que la cosió!
— ¿De quién es aquella sombra—que va por el corredor?
—La sombra será mi muerte, —puesto que me delató.
La ha cogido del brazo, —a su casa la llevó.
—Tome de vuelta a su hija,—que es de mi casa baldón,
no tiene honra ni vergüenza—así no la quiero yo.
—Tómala tú, yerno mío, —que la iglesia te la dio.
Con honra salió de casa,—entera se te la dio,
tienes que apencar con ella—no acepto devolución.
Tras cogerla de la mano, —al campo se la llevó.
para allí darle la muerte, —que por tramposa ganó.
—Clavadla, señor marido; —clavadla en mi corazón,
que bien la muerte merece—quien a un marido engañó.
Le asestó tres puñaladas, —y allí muerta la dejó.
La dama murió a la una—y el caballero a las dos.
Agarró un puñal—y se lo clavó
Entre las costillas—junto al esternón,
Más cerca que lejos—de aquel corazón,
Que le fuera infiel—que lo traicionó.
Que así muere mal—sin haber perdón
El que no respeta—palabra que dio.
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