Érase un hombre muy rico —que al Creso ya se igualaba,
y le nacieran tres hijas —a cual más robusta y sana:
no cabía en su pellejo —de lo orgulloso que estaba;
ante todos presumía —y viril el pecho hinchaba.
Hijas como las mías —es difícil encontrarlas,
Afortunado y dichoso —el que acierte a enamorarlas.
Y así ufano aquel padre —feliz se pavoneaba
ante todos sus vecinos —y le caía la baba.
Pero mira tú por donde —ved qué sorpresa le daba,
la más joven de entre ellas: —le había salido rana.
Feminista rabiosa —quería sólo ser lesbiana,
En un diario de moda —uno de gran tirada,
ella insertara un anuncio —que de este modo rezaba:
—Me ofrezco como amante —de quien lo solicitara,
que soy lesbiana convicta —y quiero tener compaña.
Y a esperar la respuesta —se sentó quieta y callada.
Cuando su padre lo supo —a poco va y se desmaya,
que para tales sorpresas —hay que tener recia el alma.
Perplejo y avergonzado —a solas se preguntaba
de do saliera el problema —que ora lo atormentaba.
¿Había sido muy blando? — ¿Acaso la descuidara?
¿En qué la había pifiado? — ¿Dónde metiera la pata?
Y hecho un mar de dudas —la paz se le escapaba.
Un día estando a la mesa —de soslayo contemplándola,
se preguntaba qué haría —en aquellas circunstancias,
cuando pensó en coger —aquel toro por las astas.
Encarándose con ella —mirándola franco a la cara,
la interrogó de este modo —le preguntó sin tardanza:
—Dime, ¿qué he hecho yo, —porque tú me salgas rana?
¡Cómo se enfadó la hija! —Chispas los ojos le echaban
y mirándolo furiosa —de este modo contestaba:
—Rana lo será tu madre —varón imposible y carca,
hombre pasado de moda —macho infeliz patriarca;
¿no te has enterado acaso —de cómo los tiempos cambian
y ya no valen los roles —que antiguamente se usaban?
Ya no están definidos —la voluntad sóla manda
y elegimos cada uno —el compañero de cama
que más nos hace tilín —sin distingos ni chorradas.
La orientación sexual —que así es como la llaman,
uno la escoge y prefiere —de entre la amplia gama,
tal como quiere y le peta —tal como le da la gana.
Si no te gusta, te jodes — ¡Habrase visto, este facha!
Son nuevos tiempos felices —de libertad y democracia.
Se acabó la dictadura, —la voluntad es la que manda.
Basta ya de distinciones, —¡abajo las antiguallas!
el bien y el mal ya no existen —hago tan sólo mi gana.
¿A quién le importa si soy —hétero, gay o lesbiana?
Yo soy la que decido —con quién me meto en la cama;
de nadie recibo órdenes —mi voluntad es soberana;
y al que le pique, se rasque —yo soy mi dueña y mi ama.
El padre, contrariado, —de hito en hito la miraba
no sabiendo qué decir —en parejas circunstancias
y para sus más adentros —de este modo cogitaba:
—Menuda esta hija mía, —mira cómo disparata,
cómo confunde las cosas —cómo se excita y se exalta;
defiende barbaridades —más loca está que una cabra.
Hay que hacer lo que nos dicta —la Naturaleza sabia,
pues es demencia y locura —llevarle en algo la contraria,
oponerse a sus dictados —por la entrepierna pasársela;
al final siempre ella vence —pese a nuestra arrogancia.
—Vuelve al redil, hija mía —si te equivocas, la pagas.
Haz lo que hicimos todos, —por peteneras no salgas
si arrepentirte no quieres —un día de tu error y faltas.
Así habló aquel padre —con más razón que una casa,
pero de nada sirvió —ni una coma cambiara,
fue prédica en el desierto —fútil inútil y vana;
terca su hija siguió —por la senda equivocada,
sin que nunca se supiera —como acabó la jornada.
Cabeza abajo se ha vuelto —lo que antes derecho andaba.
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