Entró el rey de Judea —en cólera exacerbada
porque los tres reyes magos —que del oriente
llegaran
para prestar pleitesía —a la Familia Sagrada
guiados por una estrella —que en el cielo brillaba
más que lo hace a diario —la estrella de la mañana
que ya supongo sabéis —de qué estrella se trata,
una que no lo es —sino el planeta de marras
que llaman planeta Venus —quienes de planetas
tratan,
digo que aquellos magos —que a Jesús adoraran
en el portal de Belén —cuando a Belén llegaran
después del largo viaje —que la empresa les
costara,
otro camino eligieran —para volver a su patria
que el que Herodes les dijera —y tanto les
encomiara
porque un ángel del Señor —de los que alabanzas
cantan
a la Trinidad Santísima —que mora en el cielo alta
mientras dormían cansados —después de fatigas
tantas
les habían advertido —de no caer en la trampa
que el rey aquel les tendiera —cuando les
encomendara
que de regreso a sus tierras —por Jerusalén pasaran
para contarle en detalle —cual la historia
terminara
a fin de que él a su vez —a Belén se encaminara
para honrar a aquel Niño —que el trono le
amenazaba:
mas al decirlo mentía, —se le notaba en la cara,
pues no quería otra cosa —que darle muerte
instantánea
y era pura hipocresía —la ‘trola’ que les contaba.
De tal manera advertidos —los magos se escaquearan
y el rey Herodes protervo —a verlas venir quedara
lo que lo había enfurecido —y por las malas tomara,
de modo que ideó otro modo —para burlar la amenaza
que sobre el trono pendía —cual de Damocles la
espada,
pues si aquel Niño crecía —y a la madurez llegaba
hacer valer sus derechos —puede que se le antojara.
¿Cuáles derechos, decís, —pues la cosa no está
clara?
Los que el profeta Miqueas —el de la Biblia sagrada
al referirse al Mesías —le endilgara y otorgara.
Que Jesús fuera el Mesías —al que la Biblia citaba
estaba por demostrar —con prueba rotunda y clara,
mas ¿quién queriendo creerlo —en tal minucia se
para?
Basta afirmarlo rotundo —y que los otros lo hagan.
Es un misterio de fe —y de ese modo te callan.
Digo que aquel Herodes —al que Jesús estorbaba
como amenaza latente —y molestia indeseada,
a sus esbirros llamó —y dióles la orden clara
de ir a buscar en el reino —a toda la chiquillada
que aún no cumpliera dos años, —y una vez
encontrada
darle la muerte al momento —sin que ninguno
escapara.
Así lo hicieran aquellos —soldados del que mandaba
y desde entonces se nombra —aquella cruenta matanza
muerte de los inocentes —por Herodes decretada.
En la Historia de aquel tiempo —nadie ha hallado
constancia
de un hecho tan tenebroso —que tanto hoy nos alarma
como capricho horroroso —de un gobernante sátrapa.
Mas en la Biblia, se dice, —una alusión se le halla
en un profeta que afirma —que en la comarca de Rama
grandes lamentos se oyeron —de Raquel envuelta en
lágrimas
(la madre de Benjamín —que aunque muerta y
enterrada
lloraba triste a sus hijos —sin querer la
consolaran).
Del profeta Jeremías —copio exactas las palabras.
No me digáis que lo invento, —lo saco de la Biblia santa.,
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