Circuncidado Jesús —y miembro del pueblo santo,
vale decir elegido —según el solemne trato
que estableciera Yahvé —con el pastor de rebaños
que era entonces Abraham —allá por el monte
Cáucaso,
volvieron a Galilea —y en Nazaret se instalaron
María y su casto esposo —con aquel niño engendrado
al que creado decían —los herejes arrianos.
Pero esta es otra historia —que se sale del relato.
En aquel pueblo pequeño —el niño crecía sano,
fortalecía sus miembros —y se volvía sensato
(no como ahora, que el joven —crece inmaduro e
ignaro)
sin que la gracia de Dios —nunca lo diera de lado.
Iban a Jerusalén —sus padres todos los años
con ocasión de la Pascua, —un día muy señalado
para el judío devoto —y a la costumbre apegado.
Era el Passover
famoso —desde el día celebrado
en que el pueblo escogido —dejara de ser esclavo
huyendo de los egipcios —y el mar Rojo atravesando
cuando su líder Moisés —con dos golpes de cayado
había abierto en el mar —un amplio y profundo paso.
Vuelvo al niño y su familia. —Cumplidos los doce años
como otros muchos judíos, —hicieron lo acostumbrado,
subir hasta la ciudad, —en borriquillo o andando.
Ya celebrada la fiesta, —a su casa
regresaron,
pero el niño se quedó —sin que hubiera avisado
a su madre y a su padre —de en los planes el cambio.
Puede que vaya con otros, —sin inquietarse
pensaron,
y caminaron un día —por nada preocupados
pensando que de parientes —iba el niño acompañado;
mas como al cabo del tiempo —no conseguían hallarlo
y que todos
sus esfuerzos —terminaban en fracaso,
dieron vuelta en el camino —y deshicieron lo andado
para ver si en la ciudad —tal vez se había quedado.
Tardaron hasta tres días —para al final encontrarlo
en medio de los escribas —respondiendo y preguntando.
y todo aquel que lo oía —quedaba maravillado
de lo mucho que sabía —y como era avispado
aquel intonso muchacho —con la leche aún en los
labios,
si se permite exagere —en bien del toque dramático.
Cuando sus padres lo vieron, —se quedaron asombrados
ante el talante del niño —y nunca visto
espectáculo.
¿Es nuestro hijo un prodigio? — ¿Tiene un QI
elevado?
se preguntaban perplejos. — ¿Qué es lo que está
pasando?
Al fin su madre, impaciente, —quiso cortar por lo
sano
y le dijo abruptamente — ¿Qué mil diablos te ha
dado
para hacernos lo que has hecho —sin habernos
avisado?
Nos preguntamos atónitos —qué mal bicho te ha
picado
para sin darnos razones —dejarnos así plantados.
Tu padre y yo, hijo mío, —te hemos buscado alarmados
pues los peligros son muchos —en los lugares
poblados
donde un avieso asesino —podía haberte raptado
para obligarte a ejercer —cualquier oficio non
sancto
que no me atrevo a pensar —ni siquiera a imaginarlo.
Eres aún muy pequeño —para saber de estos casos
que salen en los periódicos —poco menos que a
diario.
A lo que él respondió —sin inmutarse ni un chavo:
—¿Quién os pidió me buscarais? —¿Es que no sabéis
acaso
que de Yahvé en los asuntos —debo yo estar ocupado?
Mas ellos no le entendieron —el lenguaje desusado
y a Nazaret se volvieron —sin añadir más vocablo.
Al pueblecito pequeño —todos al fin regresaron
como si nada en el mundo —hubiera nunca pasado.
como si nunca en la vida —hubiera él roto un plato.
Desde entonces nunca hubo —niño mejor educado,
estaba sujeto a ellos —y obedecía callado
sin protestar de su suerte —ni nunca alzarles el
gallo.
Y en su corazón guardaba —su madre a buen recaudo
todo lo que dejo dicho —y el Evangelio ha contado.
Y con el paso del tiempo —fue aquel niño madurando,
fue aprendiendo a vivir —en medio de sus paisanos,
en gracia ante su Dios —y los hombres a su lado.
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