sábado, 31 de diciembre de 2022

EL NIÑO JESÚS PERDIDO Y HALLADO EN EL TEMPLO

  

Circuncidado Jesús —y miembro del pueblo santo,

vale decir elegido —según el solemne trato

que estableciera Yahvé —con el pastor de rebaños

que era entonces Abraham —allá por el monte Cáucaso,

volvieron a Galilea —y en Nazaret se instalaron

María y su casto esposo —con aquel niño engendrado

al que creado decían —los herejes arrianos.

Pero esta es otra historia —que se sale del relato.

En aquel pueblo pequeño —el niño crecía sano,

fortalecía sus miembros —y se volvía sensato

(no como ahora, que el joven —crece inmaduro e ignaro)

sin que la gracia de Dios —nunca lo diera de lado. 

Iban a Jerusalén —sus padres todos los años

con ocasión de la Pascua, —un día muy señalado

para el judío devoto —y a la costumbre apegado.

Era el Passover famoso —desde el día celebrado

en que el pueblo escogido —dejara de ser esclavo

huyendo de los egipcios —y el mar Rojo atravesando

cuando su líder Moisés —con dos golpes de cayado

había abierto en el mar —un amplio y profundo paso.
Vuelvo al niño y su familia. —Cumplidos los doce años

como otros muchos judíos, —hicieron lo acostumbrado,

subir hasta la ciudad, —en borriquillo o andando. 
Ya celebrada la fiesta, —a  su casa regresaron,

pero el niño se quedó —sin que hubiera avisado

a su madre y a su padre —de en los planes el cambio. 

Puede que vaya con otros, —sin inquietarse pensaron,

y caminaron un día —por nada preocupados

pensando que de parientes —iba el niño acompañado; 
mas como al cabo del tiempo —no conseguían hallarlo

y que todos  sus esfuerzos —terminaban en fracaso,

dieron vuelta en el camino —y deshicieron lo andado

para ver si en la ciudad —tal vez se había quedado. 

Tardaron hasta tres días —para al final encontrarlo

en medio de los escribas —respondiendo y preguntando. 
y todo aquel que lo oía —quedaba maravillado

de lo mucho que sabía —y como era avispado

aquel intonso muchacho —con la leche aún en los labios,

si se permite exagere —en bien del toque dramático. 
Cuando sus padres lo vieron, —se quedaron asombrados

ante el talante del niño —y nunca visto espectáculo.

¿Es nuestro hijo un prodigio? — ¿Tiene un QI elevado?

se preguntaban perplejos. — ¿Qué es lo que está pasando?

Al fin su madre, impaciente, —quiso cortar por lo sano

y le dijo abruptamente — ¿Qué mil diablos te ha dado

para hacernos lo que has hecho —sin habernos avisado?

Nos preguntamos atónitos —qué mal bicho te ha picado

para sin darnos razones —dejarnos así plantados.

Tu padre y yo, hijo mío, —te hemos buscado alarmados

pues los peligros son muchos —en los lugares poblados

donde un avieso asesino —podía haberte raptado

para obligarte a ejercer —cualquier oficio non sancto

que no me atrevo a pensar —ni siquiera a imaginarlo. 

Eres aún muy pequeño —para saber de estos casos

que salen en los periódicos —poco menos que a diario.
A lo que él respondió —sin inmutarse ni un chavo:

—¿Quién os pidió me buscarais? —¿Es que no sabéis acaso

que de Yahvé en los asuntos —debo yo estar ocupado? 
Mas ellos no le entendieron —el lenguaje desusado 
y a Nazaret se volvieron —sin añadir más vocablo.

Al pueblecito pequeño —todos al fin regresaron

como si nada en el mundo —hubiera nunca pasado.

como si nunca en la vida —hubiera él roto un plato.

Desde entonces nunca hubo —niño mejor educado,

estaba sujeto a ellos —y obedecía callado

sin protestar de su suerte —ni nunca alzarles el gallo.

Y en su corazón guardaba —su madre a buen recaudo

todo lo que dejo dicho —y el Evangelio ha contado. 
Y con el paso del tiempo —fue aquel niño madurando,

fue aprendiendo a vivir —en medio de sus paisanos,

en gracia ante su Dios —y los hombres a su lado.

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