Pasaron los nueve meses —antes del alumbramiento
y de Isabel la preñez —llegó felizmente a término
para al cabo dar a luz —al tardío primogénito
que el ángel anunciara —al padre más que provecto
que oficiaba en el Sancta
—Sanctorum, lugar secreto
al que solo el escogido —tenía entrada y acceso
conforme al rito obligado —dispuesto por los ancestros.
El calendario del hecho —había sido dispuesto
por el que todo lo puede —y a todo pone remedio,
incluso la esterilidad —dicha también climaterio.
Y cuando la parentela —y los vecinos supieron
que Dios misericordioso —había sus ojos puesto
en la infecunda mujer —para darle un heredero,
se alegraron con ella —hasta el último extremo,
la colmaron de alabanzas —y la inundaron de obsequios
como es razón que lo hagan —los conocidos y deudos
para mostrarnos su amor, —su estimación y afecto.
Nos lo manda la costumbre —pese a los malos efectos
que el consumo desmedido —a la larga ha de traernos.
Pasados los ocho días —del dichoso nacimiento,
aconteció que en la octava —los que era fuerza vinieron
a circuncidar al niño —siguiendo el rito dispuesto
por las leyes de Aarón, —y darle el nombre quisieron
de su padre, Zacarías —como era costumbre hacerlo
en aquel pueblo escogido —del Dios potente y eterno;
pero llamada la madre, —que estaba en un cuarto anexo
a donde estaban los hombres —y preguntada al respecto,
les dijo rotunda y firme —y con decidido acento:
—Que lo llamen Zacarías —es cosa que no consiento,
pues ha de llamarse Juan —contra mareas y viento
pese a los usos que rigen —la vida de nuestro pueblo.
A lo que ellos atónitos, —sin creerla, le dijeron:
—No hay nadie con ese nombre —entre parientes y deudos.
¿A qué se debe el capricho? — ¿Por qué nos llevas al
huerto?
¿Por qué nos sales con ésas —que siembran el desconcierto?
Es preciso nos lo digas; —necesitamos saberlo
a fin de que la anarquía —no nos coja al descubierto.
Mas como a sus preguntas —ella guardara silencio
sin querer decir palabra —ni hacerles oír su verbo,
sin darse ellos por vencidos —por señas saber quisieron
lo que el padre opinaba —de aquel insólito hecho,
a lo que él sin turbarse, —una tablilla pidiendo
les respondió por escrito —en estos precisos términos:
—Juan es su nombre, señores; —tiene que ser, yo lo atesto.
Así respondiera el padre —y todos se sorprendieron
no sólo por lo que dijo —mas también por lo que vieron:
la lengua se le soltó
—y rompió a hablar de nuevo
enalteciendo a Yahvé — y su bondad bendiciendo
de modo que de su boca
—tales palabras salieron
como jamás las dijera —ni las oyera un sujeto.
Y de temor los vecinos —todos se sobrecogieron
en tanto que por Judea —se divulgaba el suceso
que en el corazón guardaban —mientras para sí diciendo:
—¿Quién ha de ser este niño? —¿Cuál del Señor el proyecto?
Y Zacarías su padre —fue del Espíritu lleno
e inspirado por Él — profetizó en estos términos:
—Bendito sea Yahvé, —santo, bendito y eterno,
que ha visitado y redime —a Israel, que es su pueblo,
y un Salvador ha traído —a los de David, su siervo,
Lo anunciaron los profetas —que desde el principio fueron.
Del enemigo nos salva, — de su odio y menosprecio;
de los hebreos se apiada —y se atiene al juramento
que a Abraham, nuestro padre, —en idos y remotos tiempos
perdidos en el pasado —con solemnidad ha hecho,
que de librarnos había —de los enemigos nuestros,
siempre que santos y justos — y sin temor lo sirviéramos
en su presencia divina —como sus buenos sujetos.
Y profeta del Altísimo —a ti, niño, llamaremos;
precederás al Señor, —prepararás sus trayectos
cuando anuncie salvación —a su pueblo predilecto
y el perdón de sus pecados —porque nuestro Dios es bueno,
nos visitó con la aurora —desde allá arriba en el cielo,
para alumbrar al que habita —en lo oscuro del averno
y en la sombra de la muerte —ha levantado su techo.
Para llevar nuestros pies —por la paz y el sosiego.
Termina aquí Zacarías —de dar desfogo a su estro
y con los años el niño —crecía haciendo progresos
en el espíritu y carne, —el alma igual que en el cuerpo;
y hasta que ante Israel —se puso de manifiesto,
vivió en las soledades —y anduvo por el desierto.
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