martes, 13 de diciembre de 2022

NACE JUAN EL BAUTISTA

  

Pasaron los nueve meses —antes del alumbramiento

y de Isabel la preñez —llegó felizmente a término

para al cabo dar a luz —al tardío primogénito

que el ángel anunciara —al padre más que provecto

que oficiaba en el SanctaSanctorum, lugar secreto

al que solo el escogido —tenía entrada y acceso

conforme al rito obligado —dispuesto por los ancestros.

El calendario del hecho —había sido dispuesto

por el que todo lo puede —y a todo pone remedio,

incluso la esterilidad —dicha también climaterio.

Y cuando la parentela —y los vecinos supieron

que Dios misericordioso —había sus ojos puesto

en la infecunda mujer —para darle un heredero,

se alegraron con ella —hasta el último extremo,

la colmaron de alabanzas —y la inundaron de obsequios

como es razón que lo hagan —los conocidos y deudos

para mostrarnos su amor, —su estimación y afecto. 

Nos lo manda la costumbre —pese a los malos efectos

que el consumo desmedido —a la larga ha de traernos.

Pasados los ocho días —del dichoso nacimiento,

aconteció que en la octava —los que era fuerza vinieron

a circuncidar al niño —siguiendo el rito dispuesto

por las leyes de Aarón, —y darle el nombre quisieron

de su padre, Zacarías —como era costumbre hacerlo

en aquel pueblo escogido —del Dios potente y eterno;

pero llamada la madre, —que estaba en un cuarto anexo

a donde estaban los hombres —y preguntada al respecto,

les dijo rotunda y firme —y con decidido acento:

—Que lo llamen Zacarías —es cosa que no consiento,

pues ha de llamarse Juan —contra mareas y viento

pese a los usos que rigen —la vida de nuestro pueblo. 

A lo que ellos atónitos, —sin creerla, le dijeron:

—No hay nadie con ese nombre —entre parientes y deudos. 

¿A qué se debe el capricho? — ¿Por qué nos llevas al huerto?

¿Por qué nos sales con ésas —que siembran el desconcierto?

Es preciso nos lo digas; —necesitamos saberlo

a fin de que la anarquía —no nos coja al descubierto.

Mas como a sus preguntas —ella guardara silencio

sin querer decir palabra —ni hacerles oír su verbo,

sin darse ellos por vencidos —por señas saber quisieron

lo que el padre opinaba —de aquel insólito hecho,

a lo que él sin turbarse, —una tablilla pidiendo

les respondió por escrito —en estos precisos términos:

—Juan es su nombre, señores; —tiene que ser, yo lo atesto.

Así respondiera el padre —y todos se sorprendieron

no sólo por lo que dijo —mas también por lo que vieron: 

la lengua se le soltó  —y rompió a hablar de nuevo

enalteciendo a Yahvé — y su bondad bendiciendo

de modo que de su boca  —tales palabras salieron

como jamás las dijera —ni las oyera un sujeto.

Y de temor los vecinos —todos se sobrecogieron

en tanto que por Judea —se divulgaba el suceso 

que en el corazón guardaban —mientras para sí  diciendo:

—¿Quién ha de ser este niño? —¿Cuál del Señor el proyecto? 

Y Zacarías su padre —fue del Espíritu lleno

e inspirado por Él — profetizó en estos términos: 

—Bendito sea Yahvé, —santo, bendito y eterno,

que ha visitado y redime —a Israel, que es su pueblo, 

y un Salvador ha traído —a los de David, su siervo, 

Lo anunciaron los profetas —que desde el principio fueron. 

Del enemigo nos salva, — de su odio y menosprecio; 

de los hebreos se apiada —y se atiene al juramento

que a Abraham, nuestro padre, —en idos y remotos tiempos

perdidos en el pasado —con solemnidad ha hecho,

que de librarnos había —de los enemigos nuestros, 

siempre que santos y justos — y sin temor lo sirviéramos 

en su presencia divina —como sus buenos sujetos. 

Y profeta del Altísimo —a ti, niño, llamaremos; 

precederás al Señor, —prepararás sus trayectos

cuando anuncie salvación —a su pueblo predilecto 

y el perdón de sus pecados —porque nuestro Dios es bueno, 

nos visitó con la aurora —desde allá arriba en el cielo, 

para alumbrar al que habita —en lo oscuro del averno

y en la sombra de la muerte —ha levantado su techo.

Para llevar nuestros pies —por la paz y el sosiego. 

Termina aquí Zacarías —de dar desfogo a su estro

y con los años el niño —crecía haciendo progresos

en el espíritu y carne, —el alma igual que en el cuerpo;

y hasta que ante Israel —se puso de manifiesto,

vivió en las soledades —y anduvo por el desierto. 


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