Romance de los hijos del rey moro
El rey moro tuvo un hijo—al que Tarquino llamara,
Y este Tarquino, su hijo, —se enamoró de su hermana;
ella se llama Tamar —mayor incesto no haya.
Viendo que ser no podía, —cayó enfermo en la cama
y fue el padre a visitarlo—a ver lo que le pasaba.
— ¿Qué tienes, hijo Tarquino? — ¿Qué tienes, hijo del alma?
Te noto descolorido —dime por Dios qué te pasa.
— Que estoy caliente, mi padre —y de joder tengo ganas.
— ¡Caramba con el muchacho! —Con el muchacho ¡caramba!
Pues sí que estamos jodidos. — ¡A ver quién l’ardor le calma!
—se dijo aquel padre amante —rascándose cabello y barba.
Mientras estaba perplejo —mientras qué hacer meditaba,
Ofrecióle por de pronto —un tentempié y cuchipanda
Expresada en estos términos —claros donde los haya:
—¿Quieres un guiso de carne? —¿Quieres que un ponche te haga?
¿Quieres quizá otra cosa, —algo que a mí se me escapa?
No vaciles en decírmelo —que estoy como quien dice, en ascuas.
Dime qué te apetece —y mandaré te lo traigan.
—Pues que así sois de gentil —amable y de buena pasta,
dejad que abra la boca —y os desnude mi alma:
lo mismo da, padre mío, —lo mismo da lo que traigan,
si me lo trae en persona —mi queridísima hermana;
y cuando ella viniere, —que no venga acompañada.
—Así se hará, hijo mío, —tu voluntad es sacrosanta,
Nadie dirá que un mal padre —es este que te acompaña.
Y sin decir más preámbulo —mandó recado a la hermana
De aquel hijo afiebrado —que al parecer salió rana.
Mas como era en verano—y el calor achicharraba,
con poca ropa ella viene, —acude en enaguas blancas.
Era muchacha aún muy joven —y ningún mal sospechaba
De miembros de su familia —ni de su hermano del alma.
Pero el hermano querido —de otra forma lo miraba:
Apenas la ha visto entrar, —como un león se abalanza
sobre la tierna doncella—por nadie aún desflorada,
la coge con frenesí, —la tiende sobre la cama
y en menos que dura un credo —la posee y la desgracia;
la toca y la manosea —nunca de hacerlo se cansa
hasta que falto de fuerzas —la suelta y por fin descansa.
Ya remató la faena —su lujuria está saciada,
le entran remordimientos —como a menudo pasa,
cuando hacemos algo mal, —cuando metemos la pata;
cuenta se da arrepentido —de que el crimen nunca paga
y que el que juega con fuego—siempre se quema y se abrasa,
o como el dicho sostiene— ¡a buen tiempo, verdes mangas!
Mas cual sucede a menudo —con frecuencia más que harta,
curándose en salud—con el mochuelo a otro carga:
—Culpa ha sido de mi padre —que aquí a sus deberes falta
de dar ejemplo a sus hijos —de moral estricta y alta.
Por otra parte, soy joven, —y el joven hace burradas.
Así pues si algún castigo —merece mi yerro y falta,
Sea él a soportarlo, —en mi cabeza no caiga.
Búsquense en mis verdes años —móvil, origen y causa.
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