lunes, 12 de diciembre de 2022

MARÍA VISITA A SU PRIMA ISABEL


 

Después de la Anunciación, —tan diferente y tan rara,

que os conté más arriba —y por verdadera pasa,

aquella joven María —se sentía sobre ascuas

y de decírselo al mundo —no podía con las ganas.

Es fácil de comprender —al que se ponga en sus sayas,

pues no acostumbran los ángeles —a darnos nuevas de nada

ni mucho menos decirnos —que el Dios que en el cielo campa

se ha complacido en nosotras —y nos deja embarazadas;

tal como hiciera el Gabriel —con nuestra María casta.

María no hay más que una, —dijera una broma basta.

Por otra parte se afirma —a la mujer inclinada

a darle suelta a la lengua —y hablar desenfrenada

a poco que se le ofrezca —la ocasión pintiparada.

También se dice que ellas —nunca un secreto guardaran,

todas son unas cotillas —y de charlar nunca paran.

He de añadir otra cosa, —que el ángel que le anunciara

que iba a ser madre de un niño —que el Espíritu engendrara,

le había dicho también —que igualmente quedaba

encinta Isabel su prima, —pese a su edad avanzada,

llena de arrugas y achaques —después de la menopausia,

(todo lo cual sugería —y además se demostraba

que Yahvé lo puede todo —y hace su santa gana,

nada le es imposible —incluso que una estéril para.)

De modo que al otro día —se levantó de mañana

y se marchó presurosa —a un pueblo de la montaña

cercano a Jerusalén —cuyo nombre se me escapa,

donde Isabel y su esposo —a vivir se trasladaran

en espera de aquel Juan. —que el ángel les anunciara.

No más saluda María —a la dueña de la casa,

salta de júbilo el hijo —que ésta lleva en las entrañas

y que llena del Espíritu —y de Él poseída exclama:

—Seas bendita entre todas, —mujer escogida y santa,

como ha de serlo aquel fruto —que de tu vientre salga,

Que vengas tú a visitarme, —la verdad no se me alcanza.

La madre, tú, del Señor, —a esta tu humilde esclava,

pues no más me saludaste, —mi niño en mi vientre salta;

dichosas sean aquellas —que han creído la palabra

que de parte del Señor —les ha sido trasladada.

Mucho gustó a María —el verse así interpelada,

que estamos todos sedientos —de que alguien nos aplauda,

nos diga que somos buenos —y todo el mundo nos ama,

por lo que ebria de júbilo —rompió a cantar entusiasta

un cántico fuera de serie —que Magnificat se llama

porque se ha puesto en latín —aquellas santas palabras.

Aquí os lo reproduzco —lo mejor que se me alcanza.

— “La grandeza del Señor —mi alma humilde proclama

y mi espíritu se alegra —en el Dios que a todos salva

porque sus ojos ha puesto —en esta su baja esclava.

Y desde el día de hoy —las generaciones varias

han de llamarme dichosa, —venturosa, afortunada

mientras transcurran los siglos, —mientras el mundo no acaba

porque el Dios omnipotente —ha hecho en mí su obra santa.

Santo es su nombre también —y su compasión alcanza

a las gentes venideras —si lo respetan y acatan.

Con el poder de su brazo —desbarató la arrogancia

de los que en el corazón —proyectos perversos fraguan

y derrocó de sus tronos —a los que en ellos maltratan

a sus sujetos inermes —que nunca les plantan cara;  

enalteció a los humildes, —y a los que hambre pasan

colmó de abundantes bienes  —que a describir no se alcanza;

despide vacío al rico —y da al pobre esperanza.

A Israel, que es su siervo, —bajo su égida ampara

sin olvidar la promesa —que una vez formulara

en la persona de Abrahán —a toda la raza hebraica

hasta el final de los siglos —en que nuestro sol se apaga.

Aquí terminó María —su canto aquel y alabanza

sin que sepamos nosotros —como Yahvé lo tomara.

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