Cumplidos los ocho días —al niño circuncidaron,
todo en torno del prepucio —una porción le
cortaron.
El que quitaron a Cristo —se llama prepucio santo
y es reliquia suprema —en todo el orbe cristiano.
Si le buscas el porqué, —Yahvé lo había ordenado
cuando su pueblo escogido —andaba desorientado
por el terreno desértico —del Sinaí hoy llamado
en busca de aquella Tierra —que el dios le había
otorgado
cuando con Abraham —había el pacto sellado
de no querer nunca a otro —ni preferirlo en el
trato.
La ley mosaica prescribe: —por el divino mandato,
Todo varón que engendréis —ha de ser circuncidado
sin excepción o excusa —a ocho días pasados
después de su nacimiento —porque Yahvé lo ha
mandado
determinara Moisés —sin detenerse a explicarlo.
Era una orden divina, —debéis entrar por el aro.
El evangelio de Lucas —es el único a citarlo.
Los evangelios apócrifos —hablan tendido y largo.
Según el Pseudo-Mateo —fue ceremonia de pago
pues exigió el sacrificio
—de un animal en el patio,
mientras en otro Evangelio —el de
la infancia llamado
se dice que una matrona —guardó el prepucio en un frasco
o una jarra preciosa —de mármol
o de alabastro
a la que por precaución —llenó hasta el borde de nardos
para de esa manera —mantenerlo
y conservarlo
y se la dio a un perfumista, —mas exigiéndole a cambio
a buen recaudo ponerlo —y con cuidado guardarlo
como un objeto precioso —y nunca a nadie entregarlo
aunque por él le ofrecieran —trescientos o más denarios.
Otro Evangelio,
el armenio —otra versión
ha dejado,
según la cual el pequeño —sangró en el rito indicado,
pese a que corte no hubo, —lo cual fue todo un milagro.
Y como el ángel dijera —a María al anunciarlo
antes de la concepción —en el vientre inmaculado,
Jesús le dieron de nombre —y como tal lo llamaron
el salvador de los hombres —y redentor del pecado
que en el jardín del Edén —habían ambos perpetrado
Adán y Eva primeros —miembros del género humano.
Cuarenta días después, —los padres purificados
como la ley ordenaba, —tuvieron que presentarlo
de Salomón en el templo —y al Señor dedicarlo
con una ofrenda de pobres —y cual sacrificio santo
una pareja de tórtolas —o palominos castrados.
No preguntéis a que viene —un ritual tan extraño
pues las leyes del Señor —han sido siempre un arcano.
Debemos obedecerlas —y mantenernos callados.
No nos concierne saberlo, —basta con ejecutarlo.
Había en Jerusalén —un tal Simeón llamado,
un hombre piadoso y justo —que estaba siempre
aguardando
el consuelo de Israel; —y le fuera revelado
que no había de morir —sin ver al Ungido santo.
Movido por el Espíritu, —que encaminaba sus pasos,
hasta el templo se acercó —de un impulso llevado
cuando los padres llegaban —con el niño neonato
según de la ley el rito —arriba ya mencionado.
Aquel varón ejemplar —tomólo al punto en sus brazos
y bendiciendo a Yahvé —que le hacía tal regalo,
díjole esto que sigue —tal como nos lo han contado:
—Ora, Señor, puedo irme —en paz y tranquilizado,
porque conforme dijiste —mis ojos han contemplado
la salvación de tu pueblo, —que tú mismo has
preparado
en la presencia de todos —para evitar el engaño.
Luz para los gentiles, —a quienes te has revelado
y gloria para Israel, —tu pueblo privilegiado.
Mientras decía estas cosas —y otras del mismo
rango,
José y la madre del niño —estaban maravillados
de aquello que nunca oído —estaban justo escuchando.
Y Simeón los bendijo —las manos ambas alzando
mientras decía a María: —para caída de tantos
y también levantamiento —el que llevas en los
brazos
en Israel está puesto —y tendrá muchos contrarios
(Tu alma será traspasada —de un agudo venablo),
para que los pensamientos —de muchos sean explicados.
También Ana, profetisa, —acudiera a aquel reclamo,
era hija de Fanuel —el que la había engendrado
que de la tribu de Aser —era notable un vástago;
de edad muy avanzada —y ya bien entrada en años
con su marido viviera —hasta siete bien contados
desde que él un buen día —la había al fin
desvirgado,
y se guardaba viuda —hacía ya ochenta y cuatro;
nunca salía del templo, —y noche y día ayunando
en él servía y oraba —todos los días del año.
Gracias también daba a Dios —tras haberse presentado
en la misma hora aquella —de lo que os llevo
contado,
y del niño hablaba a todos —los que estaban esperando
No hay comentarios:
Publicar un comentario