jueves, 29 de diciembre de 2022

CIRCUNCIDAN A JESÚS

 

Cumplidos los ocho días —al niño circuncidaron,

todo en torno del prepucio —una porción le cortaron.

El que quitaron a Cristo —se llama prepucio santo

y es reliquia suprema —en todo el orbe cristiano.

Si le buscas el porqué, —Yahvé lo había ordenado

cuando su pueblo escogido —andaba desorientado

por el terreno desértico —del Sinaí hoy llamado

en busca de aquella Tierra —que el dios le había otorgado

cuando con Abraham —había el pacto sellado

de no querer nunca a otro —ni preferirlo en el trato.

La ley mosaica prescribe: por el divino mandato,

Todo varón que engendréis —ha de ser circuncidado

sin excepción o excusa a ocho días pasados

después de su nacimiento —porque Yahvé lo ha mandado

determinara Moisés —sin detenerse a explicarlo.

Era una orden divina, —debéis entrar por el aro.

El evangelio de Lucas —es el único a citarlo.

Los evangelios apócrifos —hablan tendido y largo.

Según el Pseudo-Mateo —fue ceremonia de pago

pues exigió el sacrificio —de un animal en el patio, ​

mientras en otro Evangelio el de la infancia llamado

se dice que una matrona —guardó el prepucio en un frasco

o una jarra preciosa —de mármol o de alabastro

a la que por precaución llenó hasta el borde de nardos

para de esa manera —mantenerlo y conservarlo 

y se la dio a un perfumista, —mas exigiéndole a cambio

a buen recaudo ponerlo —y con cuidado guardarlo

como un objeto precioso y nunca a nadie entregarlo  

aunque por él le ofrecieran trescientos o más denarios. ​

Otro Evangelio, el armenio otra versión ha dejado,

según la cual el pequeño sangró en el rito indicado,

pese a que corte no hubo, —lo cual fue todo un milagro.

Y como el ángel dijera —a María al anunciarlo

antes de la concepción —en el vientre inmaculado,

Jesús le dieron de nombre —y como tal lo llamaron

el salvador de los hombres —y redentor del pecado

que en el jardín del Edén —habían ambos perpetrado

Adán y Eva primeros —miembros del género humano. 
Cuarenta días después, —los padres purificados

como la ley ordenaba, —tuvieron que presentarlo

de Salomón en el templo —y al Señor dedicarlo

con una ofrenda de pobres —y cual sacrificio santo

una pareja de tórtolas —o palominos castrados.
No preguntéis a que viene —un ritual tan extraño

pues las leyes del Señor —han sido siempre un arcano.

Debemos obedecerlas —y mantenernos callados.

No nos concierne saberlo, —basta con ejecutarlo.
Había en Jerusalén —un tal Simeón llamado,

un hombre piadoso y justo —que estaba siempre aguardando

el consuelo de Israel; —y le fuera revelado

que no había de morir —sin ver al Ungido santo. 
Movido por el Espíritu, —que encaminaba sus pasos,

hasta el templo se acercó —de un impulso llevado

cuando los padres llegaban —con el niño neonato

según de la ley el rito —arriba ya mencionado. 
Aquel varón ejemplar —tomólo al punto en sus brazos

y bendiciendo a Yahvé —que le hacía tal regalo,

díjole esto que sigue —tal como nos lo han contado:

—Ora, Señor, puedo irme —en paz y tranquilizado, 

porque conforme dijiste —mis ojos han contemplado

la salvación de tu pueblo, —que tú mismo has preparado

en la presencia de todos —para evitar el engaño. 
Luz para los gentiles, —a quienes te has revelado

y gloria para Israel, —tu pueblo privilegiado.

Mientras decía estas cosas —y otras del mismo rango,
José y la madre del niño —estaban maravillados

de aquello que nunca oído —estaban justo escuchando. 
Y Simeón los bendijo —las manos ambas alzando

mientras decía a María: —para caída de tantos

y también levantamiento —el que llevas en los brazos

en Israel está puesto —y tendrá muchos contrarios 
(Tu alma será traspasada —de un agudo venablo),

para que los pensamientos —de muchos sean explicados. 
También Ana, profetisa, —acudiera a aquel reclamo,

era hija de Fanuel —el que la había engendrado

que de la tribu de Aser —era notable un vástago;

de edad muy avanzada —y ya bien entrada en años

con su marido viviera —hasta siete bien contados

desde que él un buen día —la había al fin desvirgado, 
y se guardaba viuda —hacía ya ochenta y cuatro;

nunca salía del templo, —y noche y día ayunando

en él servía y oraba —todos los días del año. 
Gracias también daba a Dios —tras haberse presentado

en la misma hora aquella —de lo que os llevo contado,

y del niño hablaba a todos —los que estaban esperando

en la ciudad de David —la redención del pecado. 

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