Fui a pedir a la parroquia un
atestado.
¿Crees tú en Dios? preguntóme el
cura.
¡No, por cierto! respondíle algo
asustado.
¡Hijo mío! ¡Qué dislate, qué locura!
¿Qué motiva una actitud tan inmadura?
Que a trescientos mil nipones se
ardiera
y ese dios providencial no
interviniera.
Bien estuvo; enseñóles compostura.
Dice el poeta
Para obispos, curas, Papas,
cardenales,
para el clero que la sede tiene en
Roma,
son, concretos los humanos, pura
broma,
entelequias, ilusorios, irreales.
La tal alma por salvarles,
terrenales,
no vacilan en quemarlos, destruirlos,
a guiñapos temerosos reducirlos,
y cegarles, divo, el don de
racionales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario