martes, 10 de enero de 2023

Capítulo 5 LA PESCA MILAGROSA

  

Amaneciera aquel día —de los comienzos de marzo

sin que soplaran los vientos, —con el cielo despejado

y descansaba Jesús —al pie de un viejo castaño

que se elevaba en el centro —de un amenísimo prado

sembrado de margaritas —y, de un arroyo, cruzado

que refrescaba la atmósfera —antes de entrar en un lago

en que el sol espejeaba —lanzando a doquier sus rayos.

Sin el ruido y la furia —de los ambientes urbanos

en los que el claxon impera —y el aire contaminado,,

disfrutaba del entorno —y del trinar de los pájaros

ajeno a cualquier dolor., —el ora y aquí gozando

como lo hiciera un budista —en su ashram solitario,

cuando una turba de adeptos —se fue allí congregando

para pedirle insistente —que les siguiera mostrando

las enseñanzas divinas —o evangelio renovado

que anunciara un profeta —de su Yahvé inspirado.

Alzando la vista al cielo —y un hondo suspiro dando

como lo diera cualquiera —que se siente importunado,

se dirigió a las orillas —del lago arriba citado.

Era el mar de Galilea, —nombre que daban al lago.

Lo distinguiera a lo lejos —cuando se hallaba en el prado

y descubrió que dos barcas —se estaban balanceando

al ritmo que les marcaba  —aquel oleaje manso.

En ellas unos pescadores —estaban atareados

en las cosas de su oficio —conforme a lo acostumbrado.

Subióse a una de ellas, —la que estaba más a mano

propiedad de un tal Simón —más tarde Cefas llamado,

y le pidió lo dejara —usarla como un estrado

para soltar el discurso —que se le había implorado.

Conseguido aquel permiso, —allanado aquel obstáculo,

se apartó de la orilla —un par de metros o cuatro

tras de lo cual se sentó —su prédica comenzando.

Hablóles de su misión —y de haber sido enviado

para reformar el mundo —entonces desordenado

Finalizado el discurso, —de aquella arenga cansado,

volvióse hacia el timonel —y dijo al que estaba al mando:

—Entra un poco mar adentro —para ver lo que pescamos. 

Necesito distracción —tras un discurso tan largo.

Mas Simón le respondió: —«Maestro, hemos trabajado

la noche entera hasta el alba —y nuestro esfuerzo fue vano,

de estas aguas tranquilas —no hemos nada sacado,

tal vez la contaminación, —tal vez el cambio climático,

pero si tú nos lo ordenas, —te obedezco y me callo». 

Echaron el aparejo —y tantos peces sacaron

que las redes se rompían —porque no daban abasto

a recoger tanta pesca —que acudía a su reclamo. 

Entonces a los colegas —de la otra barca llamaron

para que fueran a echarles —la tan necesaria mano.

Vinieron ellos al punto —y tanta pesca cargaron

que casi se les hundían —con el peso acumulado.

Sorprendido, Simón Pedro, —vedlo ante Jesús postrado

y que apenas balbucea —para decirle asustado:

—«Aléjate de mí, Señor, —que soy un pobre diablo

pecador donde los haya —y a tu lado un gusano». 

No te prodigues, Maestro, —pues si exageras un tanto

no quedará en el futuro —ni un mal pez en este lago

y morirán nuestros nietos —de hambre y desesperados..

Hay que pensar en los otros, —el mundo no se ha acabado.

Pues el temor de lo visto —se había de él apoderado

y de los otros testigos  —igual que él asombrados

de tal suceso inaudito, —de tantos peces juntados

sin otra arte de pesca —que la que habían usado

durante generaciones —abuelos y antepasados; 

y lo mismo les pasaba —a Juan, su hermano, y Santiago,

los hijos de Zebedeo, —y tripulantes del barco.

Mas Jesús dijo a Simón: —«Pon los temores a un lado,

deja de ser pusilánime —y muéstranos tus redaños,

porque de hoy en adelante —serás pescador de humanos». 

Sin decir una palabra, —mudos e impresionados,

se acercaron a la orilla —y las barcas descargaron

preguntándose mansuetos —qué harían con el pescado

para ponerlo a seguro —y guardarlo en buen estado

porque no había el comercio —ni productos congelados.

Era, el consumo, doméstico —nadie pensaba exportarlo.

Pero son éstas cuestiones —aparte de lo narrado.


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