jueves, 5 de enero de 2023

Capítulo 3 JUAN EL BAUTISTA PREDICA

  

Reinaba Tiberio César —hacía ya quince años

en la ciudad capital —de aquel imperio romano

donde según Agustín —luego obispo de Cartago

no había más que ladrones —y gente de instintos malos;

y gobernaba en Judea —un hombre, Poncio Pilato,

y Herodes en Galilea, —y en Iturea su hermano

Felipe que era tetrarca —de otro lugar apartado,

provincia de Traconite; —y Lisanias otro tanto. 
Y siendo Anás y Caifás —sacerdotes de alto rango,

al hijo de Zacarías, —Juan por nombre llamado

vino de Dios la palabra —en aquel desierto árido

donde incluso los ofidios —morían achicharrados.

—¿Los ofidios, me decis? —¿Y por qué no los lagartos?

A tal pregunta importuna —prefiero no contestaros.

En Cuanto a Juan, el bautista, —prosigo con el relato. 
Por el Jordán dicen fue —y la región predicando

que bautizarse era bueno —si se estaba disgustado

de la vida que hasta entonces —uno hubiese llevado,

para quedar como nuevo —de toda culpa y pecado, 
como Isaías un día —había profetizado

escribiendo lo siguiente —en papiro con un cálamo:

Voz que clama en el desierto, —esté el camino aprontado 
antes que venga el Señor —y nos coja descuidados;

que su camino esté limpio —y su alcorce enderezado.

(¿Qué cosa sea un alcorce? —Senda o sendero arreglado),

Se rellenará los valles —y bajará monte y collado 

y los caminos tortuosos —han de ser alineados, 

al par que se suaviza —aquellos otros más ásperos; 
la salvación de Yahvé —verá todo ser humano.
Y a los que se le acercaban —queriendo ser bautizados,

con brusquedad acogía —y copia de modos malos:

—¡Sois una raza de víboras! —¡Una estirpe de malvados!

No sé cómo me contengo, —no entiendo cómo me aguanto.

¿Quién de la ira venidera — a huir os ha enseñado? 
Dad frutos de contrición  —y no os digáis, insensatos:

que siendo hijos de Abraham —podéis estar confiados,

porque incluso de estas piedras —pudiera Yahvé sacarlos,

hijos de Abraham a montones —para darlos y tomarlos.

Y a la raíz de los árboles, —en torno al tronco limpiado,

ya el hacha está puesta — para al suelo derribarlos,

y hasta la sierra mecánica, —si alguien la hubiera inventado,

de lo cual es consecuencia —y lógico corolario

que árbol sin fruto bueno —será cortado y quemado

en crudas noches de invierno —cuando en la calle ha nevado.
Y todos le respondían: —Dinos qué hacer, hombre santo. 
A lo que él contestaba: —Dad más al necesitado,

aquel que tenga dos túnicas, —con una ya va sobrado;

y al que le sobre comida, —haga con él otro tanto. 

dad de lo que tengáis, —no queráis acumularlo

para evitar el síndrome —de Diógenes, el sabio.

Repartid lo que tenéis, —dad lo que os sobre, tacaños,

que lo que deis a Yahvé —ha de seros bien pagado.

Y no venían a él —sólo los hombres honrados,
También llegaron un día —un grupo de publicanos

que entre la gente corriente —eran más bien mal mirados,

porque cobrar los impuestos —entre los pobres paisanos

les competía molestos —tras haber comprado el cargo;

y sin cortarse ni un pelo –pidiéronle ser bautizados,

lo que en todos los presentes —causó mayúsculo escándalo:

¿cómo unos hombres parejos —se atrevían a tanto? 

y los murmullos se oyeron —hasta en lugares lejanos.

Ellos pidieron a Juan: —Guía, rabí, nuestros pasos,

porque la gente nos odia —y queremos evitarlo
Y él respondióles tajante: —Pedid sólo lo ordenado. 

No exageréis el tributo, —¡Qué no os tiente el diablo!
También quisieron saber —qué harían, unos soldados,

a lo que él les repuso: —No seáis extorsionarios,

no acuséis injustamente, —no os excedáis en el trato

que diéreis a los vencidos, —mostraos antes magnánimos,

y si la paga es escasa —y os creéis estafados

porque os exigen la vida —contra un escaso salario,

no protestéis y callad, —con lo que os den contentaos. 

sed obedientes, sumisos, —sed buenos subordinados.
Y como el pueblo indeciso, —se preguntara callado

si este Juan Evangelista —un hombre al menos extraño

sería acaso el Mesías —es decir, el Enviado, 
él respondía diciendo —del rumor saliendo al paso,

—Ni lo penséis, feligreses, —mejor no os llaméis a engaño,

pues viene detrás de mí —uno que está más dotado

y del cual yo no soy digno —ni de limpiarle el calzado;

si yo os bautizo en agua, él, —en el Espíritu Santo. 
Mirad el aventador —que ya sujeta en la mano

la herramienta precisa —hecha en hietro forjado,

para la era limpiar —y separar paja y grano,

el trigo para el granero, —lo demás para quemarlo

y reducirlo a cenizas —en fuego nunca apagado. 
Así exhortaba Juan —a aquel tozudo rebaño

y le anunciaba incansable —las buenas nuevas de hogaño. 
Mientras esto sucedía, — Herodes, aquel tirano

de que os hablé más arriba —estaba más que enfadado

porque Juan le reprochaba —que se hubiera amancebado

con Herodías, la esposa —que fuera antes del hermano,

lo que la Ley prohibía —escrita en el Libro Santo;

y además las maldades —que cometía a diario, 

todo lo cual parecía —la picadura de un tábano.

Un día ya se cansó —de aquel profeta pesado

y lo envió a una prisión —para tratar de acallarlo.

Pero Juan no se callaba —y lo seguía incordiando

por lo que al cabo de fuerzas —y del asunto ya harto

no le cupo otro remedio —que al infierno mandarlo,

como dijera una serie —de un autor americano

cuando quería decir —muy simplemente matarlo,
que así termina la vida —de quien habla demasiado.

Lo pregunten a los jefes —de la mafia de Chicago.

Ya cambiando de tercio —voy de otra cosa hablando. 
También acudió Jesús —y quiso ser bautizado;

—Digno no soy, dijo Juan, —ni aun de atarte el calzado

¿y me pides te bautice —como a un cualquier ciudadano?

Jesús le dijo, bautízame, —a lo que importa vayamos

y no perdamos más tiempo —que es oro para el profano.

Y cuando estaban en estas —y ambos los dos orando,

se les abrieron los cielos —y bajó el Espíritu Santo

en forma de una paloma, —más blanca que el lino blanco

y vino una voz de arriba —que les decía bien alto

para que todos la oyeran: —Tú eres mi Hijo amado;

el predilecto de todos —en el cual yo me complazco.

Así termina la historia —del bautismo legendario.

¡Quién viajara en el tiempo —para poder comprobarlo!

 

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