Cuando Jesús regresó —después de ser bautizado,
del Jordán donde ocurriera —lo que os dejo contado,
lo poseía el Espíritu, —aquel que llamamos Santo,
que lo condujo al desierto —o un lugar
deshabitado
donde ninguno lo viera —ni pudiera denunciarlo
si se inventaba mentiras —cuando volviera a
poblado.
Durante cuarenta días —allí lo tentó el diablo
y practicaba un ayuno —puede que algo exagerado
porque en todo ese tiempo —no ingirió ni un bocado,
de atenerse a las fuentes —que nos lo han relatado,
lo que en los tiempos presentes —nadie hubiera
aconsejado
sin la presencia de un médico —y el cuidado
necesario;
pero eran tiempos remotos —propicios a lo más raro
y abundaban los prodigios, —y hechos inexplicados.
Al cabo de aquellos días, —como es lógico pensarlo,
sintió el hambre avivársele —y deseos de un buen
plato
de alimentos corrientes, —lleno, nutritivo y sano.
Estaba ojo avizor —aquel astuto diablo
que sin perder un momento —ni decir palabra en vano
aprovechó la ocasión —para exponerle tentándolo
lo que a seguir os apunto —que Lucas nos ha dejado,
Lucas, el evangelista —y discípulo de Pablo,
que escribió su Evangelio —de oído, sin
presenciarlo:
—Si eres Hijo de Dios, —como tanto se ha afirmado,
convierte a esta piedra en pan —recientemente
horneado,
una delicia crujiente, —fragante y suave al tacto.
Pero Jesús respondióle: —No me pides lo acertado
pues está escrito y pareces —no saberlo e ignorarlo
que al hombre no basta el pan —para sentirse
saciado,
mas necesita también —del santo Dios el vocablo.
Prueba de otra manera, —no dudes en intentarlo
que hasta la gota de agua —horada lo refractario.
Sin darse por entendido, —siguió el demonio tentándolo
y lo llevó a una alta cumbre —para mostrar de lo
alto
todos los reinos del mundo —de una mirada abarcados.
Y así le dijo impertérrito —martilleando en el clavo:
—Todo que ves desde aquí —te habrá de ser entregado
si postrándote a mis pies —me adoras como tu amo.
Pero Jesús respondió: —Déjame en paz, so diablo,
sólo al Señor, que es tu Dios, —y sólo a Él, que es tu amo, has de servir y
adorar — porque está escrito y probado,
Mas aquel maligno espíritu, —sin darse por
enterado,
lo llevó a Jerusalén, —lo puso sobre el pináculo
del templo de Salomón —y otra vez probó a tentarlo:
—Si eres Hijo de Dios —y no un común ciudadano,
arrójate de cabeza —sin detenerte a pensarlo,
porque también está escrito —que no habrás de hacerte daño
pues que sus ángeles velan —e impiden el
descalabro.
no dejarán que tropieces —y vayas cabeza abajo
contra una piedra insolente —que se interponga en
tu paso;
evitarán te golpees, —te sostendrán con sus manos.
A lo que Jesús le dijo —sintiéndose ya un poco harto
de la insistencia y acoso —de aquel espíritu
malo:
—Ya varias veces te he dicho, —y con esta ya van
cuatro,
que no se tienta al Señor —y vale más no probarlo
so pena de arrepentirse —y llorar un llanto amargo.
No supo ya qué decir —aquel insistente trasgo,
se fue para los infiernos —y dejó de molestarlo
al menos por algún tiempo —mientras tomaba un
descanso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario