viernes, 6 de enero de 2023

JESÚS LEE EN LA SINAGOGA

 

 

Después de las tentaciones —en el desierto apartado,

lleno del santo Espíritu —volvió Jesús a poblado,

a la región Galilea —rica en montes y prados,

y se difundió su fama —por los circundantes campos. 
Entraba en las sinagogas —a leer los libros santos

escritos por los profetas —en tiempos ultrapasados,

ante la audiencia de fieles —que quedaban asombrados

de lo bien que les hablaba  —y de sus saberes vastos. 

Uno de aquellos días —aconteció por acaso

que estando en Nazaret, —donde se había criado,

acudió a la sinagoga, —pues era día de sábado

y como hacía a menudo, —se dirigió al estrado

para leer algún Libro —conforme a lo acostumbrado. 
el del profeta Isaías —alguien le puso en la mano,

abriólo con parsimonia —y dio de lleno en el párrafo

donde el atento lector —hallaba estar consignado

que del Señor el Espíritu —está sobre mí, por cuanto

me ha ungido para dar —albricias al desgraciado; 
para sanar a aquellos —de corazón quebrantados; 
a conceder libertad —a quien está aprisionado, 
y vista dar a los ciegos —y al oprimido aliviarlo; 
a predicar del Señor —el satisfactorio año.
Terminada la lectura —y aquel libro enrollando,

lo devolvió al ministro —para volverse a su banco

y mantenerse a la espera —del buen o mal resultado;

y todos en la sinagoga —lo miraban asombrados

fijos los ojos en él —y sin de él apartarlos

sin saber bien qué pensar —de lo que había pasado. 

Y comenzó él a decirles: —Esto que habéis escuchado,

hoy mismo se ha cumplido; —no os queda que aceptarlo. 
Todos los allí presentes —quedaran más que asombrados

de las palabras extrañas —que habían justo escuchado

y se decían perplejos —mirándose de soslayo:

¿No es éste hijo de José —nuestro vecino de al lado? 
Pero él les dijo: —Sin duda —vais a decirme este adagio:

cúrate a ti mismo, médico; —atiende a lo que han contado

que hiciste en Capernaum, —también en tu tierra hazlo. 
Nadie es profeta en su tierra, —lo hemos oído harto.
Viviendo Elías aún, —así nos lo han contado,

muchas viudas había —faltas de lo necesario

cuando dejó de llover —y se secaron los campos

por tres años y seis meses, —y fue tan escaso el grano

que a causa de la hambruna —muchos la vida dejaron;
pero a ninguna de ellas —Elías les fue enviado,

sino a una pobre indigente —de un lugar alejado.
Muchos leprosos había —en Israel, y apestados,

cuando el profeta Eliseo —andaba por estos pagos;

sólo Naamán el sirio —fue de entre ellos limpiado.

Todos en la sinagoga —al oírlo se enfadaron; 
y levantándose a una —de aquel lugar lo expulsaron,

lo echaron de la ciudad —gritando y amenazándolo,

hasta la cima del monte —lo arrastraon y llevaron,

con la intención alevosa —de estando allí despeñarlo. 
Mas él se les escurrió —y de ellos se puso a salvo. 

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