Después de las tentaciones —en el desierto
apartado,
lleno del santo Espíritu —volvió Jesús a poblado,
a la región Galilea —rica en montes y prados,
y se difundió su fama —por los circundantes campos.
Entraba en las sinagogas —a leer los libros santos
escritos por los profetas —en tiempos ultrapasados,
ante la audiencia de fieles —que quedaban
asombrados
de lo bien que les hablaba —y de sus saberes vastos.
Uno de aquellos días —aconteció por acaso
que estando en Nazaret, —donde se había criado,
acudió a la sinagoga, —pues era día de sábado
y como hacía a menudo, —se dirigió al estrado
para leer algún Libro —conforme a lo acostumbrado.
el del profeta Isaías —alguien le puso en la mano,
abriólo con parsimonia —y dio de lleno en el
párrafo
donde el atento lector —hallaba estar consignado
que del Señor el Espíritu —está sobre mí, por
cuanto
me ha ungido para dar —albricias al desgraciado;
para sanar a aquellos —de corazón quebrantados;
a conceder libertad —a quien está aprisionado,
y vista dar a los ciegos —y al oprimido aliviarlo;
a predicar del Señor —el satisfactorio año.
Terminada la lectura —y aquel libro enrollando,
lo devolvió al ministro —para volverse a su banco
y mantenerse a la espera —del buen o mal resultado;
y todos en la sinagoga —lo miraban asombrados
fijos los ojos en él —y sin de él apartarlos
sin saber bien qué pensar —de lo que había pasado.
Y comenzó él a decirles: —Esto que habéis
escuchado,
hoy mismo se ha cumplido; —no os queda que
aceptarlo.
Todos los allí presentes —quedaran más que asombrados
de las palabras extrañas —que habían justo
escuchado
y se decían perplejos —mirándose de soslayo:
¿No es éste hijo de José —nuestro vecino de al lado?
Pero él les dijo: —Sin duda —vais a decirme este adagio:
cúrate a ti mismo, médico; —atiende a lo que han
contado
que hiciste en Capernaum, —también en tu tierra
hazlo.
Nadie es profeta en su tierra, —lo hemos oído harto.
Viviendo Elías aún, —así nos lo han contado,
muchas viudas había —faltas de lo necesario
cuando dejó de llover —y se secaron los campos
por tres años y seis meses, —y fue tan escaso el
grano
que a causa de la hambruna —muchos la vida dejaron;
pero a ninguna de ellas —Elías les fue enviado,
sino a una pobre indigente —de un lugar alejado.
Muchos leprosos había —en Israel, y apestados,
cuando el profeta Eliseo —andaba por estos pagos;
sólo Naamán el sirio —fue de entre ellos limpiado.
Todos en la sinagoga —al oírlo se enfadaron;
y levantándose a una —de aquel lugar lo expulsaron,
lo echaron de la ciudad —gritando y amenazándolo,
hasta la cima del monte —lo arrastraon y llevaron,
Mas él se les escurrió —y de ellos se puso a salvo.
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