Una mañana de junio —el
cielo un puro claror,
Mañana del equinoccio —que llaman otros estación
O mañana de san Juan, —justo
ha sonado el reloj
Que marcaba el mediodía —y ya se siente el calor,
cuando damas y galanes —van a oír misa mayor,
allá va una señorita, —entre todas la mejor;
viste un refajo de grana, —mantellina tornasol,
y una camisa de seda, —bordada en el cabezón.
Sus labios gruesos y rojos —son de verdad tentación
Que a besarlos invitan —y a probar
su dulzor;
Ya sus mejillas enciende, —un tantico el arrebol,
y ha realzado sus ojos —con
un toque de alcohol;
así entraba en la iglesia —relumbrante como un sol.
Las damas mueren de envidia —y los galanes, de amor.
El que cantaba en el coro, — en el credo se perdió;
el abad que dice misa, —se trabuca en la lección;
el monaguillo no acierta —a decir una por dos,
en vez de decir amén, —nadie lo saca de ‘amor’.
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jueves, 20 de febrero de 2020
La misa del amor
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