domingo, 2 de febrero de 2020

Romance de la esposa infiel

Amanecía en Chicago, —un día de San Simón,
cuando una esposa aburrida—se asomaba a su balcón,
para ver lo que pasaba —todo a su alrededor.
Se levantara dispéptica—porque la noche anterior
había cenado fuera—y tarde se recogió.
Estaba así lamentando —su escasa moderación,
cuando pasó un vihuelista—que una copla le cantó.
— ¡Sal al balcón, mi morena, —asómate, qué te dé el sol,
que necesitas el calcio —después de un exceso o dos!
Y tras cantarle la copla; —enhebran conversación.
—Mi marido no está en casa, —que por negocios salió;
por tanto estoy si os conviene—a vuestra disposición.
Tan pronto lo había dicho—el menda aquel lo aceptó
y se dispuso al momento —a dejar alto el pendón
como lo manda y ordena—la usual convención:
a una hembra que está en celo—nadie ha dicho nunca no.
Es al menos lo que afirma—de la nación el ‘folclor’.
Abriole ella la puerta—lo llevó a su tocador,
Se puso una negligée—y se entregó a su pasión.
Pasaron así tres horas—que instante les pareció,
Y satisfecho el deseo—a su lado él se durmió.
Mas mira que es mala suerte—el marido regresó
antes de tiempo a su casa—y el pastel descubrió,
lo que le supo a triaca—y mucho lo disgustó.
Que cuando uno se casa—quiere ser en exclusión
El solo gallo en la arena—sin ningún competidor.
Llama con fuerza a la puerta—y golpea el aldabón
con redoblada energía—fruto de la indignación.
Se ha levantado la esposa,—ha bajado al corredor
hasta la puerta de entrada —que abre ante el fragor
que ha armado el marido—presa de ira y furor.
—¿Por qué tardaste en abrirme?—¿No oíste acaso mi voz
que no admitía demora—tardanza ni dilación?
—Acaba ya tus berridos—que te oirá todo Dios
y pensará me maltratas—y acudirá en mi favor;
Me he demorado en bajar—para arreglarme mejor
y evitar que me vieras—sin peinar y en camisón;
que me tomaba un descanso—antes de la labor.
que a las mujeres señala—la arcaica tradición:
Mas puesto que ya has llegado—sube a mi habitación.
La encontrarás en desorden—me falta organización.
Espera a que me arregle—ten paciencia y comprensión.
—Oigo ruido en tu cuarto,—¿Quién anda con precaución
como si evitar quisiera—llamar de otro la atención?
—En mi cuarto no está nadie—es pura imaginación.
Siéntate un rato y descansa—tómalo con moderación.
Y dejándolo plantado—se fue a arreglar el follón.
—Has de marcharte de prisa,—dijo a su relación,
y sin que nadie te vea;—hazlo con prevención.
Si mi marido descubre—nuestra combinación,
buena la habremos hecho—no tendremos salvación,
Que nos ayuden roguemos—y nos muestren su favor
todos los santos que habitan—en la celeste mansión.
Hará un desaguisado—si no le queda otra opción.
Date prisa y espabila—y salta a ese callejón
que desde aquí se divisa—con cuidado y precaución;
de no romperte una pierna—y así llamar la atención
de quien pasa descuidado—absorto en meditación.
Así lo hizo el cuitado—y aprovechó la ocasión
para exhalar un suspiro—de alivio y mitigación,
pues peligroso es herir—de un marido el honor.
Mientras tanto aquel marido,—presa de la frustración,
aguantar ya no podía—tanta espera y dilación.
De modo que levantándose—se dirigió al comedor
donde halló puesta la mesa—para un convite de dos.
Confirmadas sus sospechas—a su presencia llamó
a la esposa que tardaba—allá en su habitación.
—¿Qué significa esta escena,—este almuerzo para dos?
¿Quién compartía contigo—esta mesa y refacción?.
Si no lo aclaras al punto—y me das explicación,
a fe que lo pagas caro—y armo un lío y follón.
Intimidada la esposa—no acierta a decir razón
Lo que al marido encabrita—y empuja a gritar traición.
Mas mientras tanto el amante —saltando por el balcón
Se había puesto a recaudo—y ya nada le pasó.
A partir de ese momento—los cuernos siempre exhibió
aquel marido burlado—al que la esposa engañó.
Que fuera una fementida—nunca a probarlo acertó.
En agua pues de borrajas—todo el asunto quedó.
Nadie salió malparado—y todo bien terminó.
En paz vivieron entonces—hasta que la hora les llegó
de abandonar este mundo—de rendir cuentas a Dios.
Impunes quedan los crímenes—que ninguno resolvió.
Que no recibe el culpable—siempre lo que mereció.
En este mundo vivimos—tal vez no lo hay mejor.
No queda pues que aceptarlo—tomar las cosas tal son.
Resignado os lo aconseja—vuestro humilde servidor.
Aquí paz y luego gloria—nos la dé buena el Señor.

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