Camina
Don Bueso—la mañana es fría,
a tierra de Campos—a buscar la niña.
Hallóla lavando—en la fuente límpida.
Hallóla lavando—en la fuente límpida.
—¿Que
haces ahí, mora,—hija de judía?
¡Qué beba el caballo—que de sed moría!
¡Qué beba el caballo—que de sed moría!
—Reviente
el caballo—y quien lo traía;
que yo no soy mora,—ni hija de judía.
Soy cristiana vieja—y aquí estoy cautiva
lavando los paños—de la morería.
que yo no soy mora,—ni hija de judía.
Soy cristiana vieja—y aquí estoy cautiva
lavando los paños—de la morería.
—Si
fueras cristiana,—conmigo vendrías
y de seda y paño—vestidos te haría;
pero si eres mora—te abandonaría.
La subió al caballo,—por ver que decía;
en las siete leguas—no hablara la niña.
Al pasar un campo—de verdes olivas,
sus quejas y lágrimas—el alma partían.
y de seda y paño—vestidos te haría;
pero si eres mora—te abandonaría.
La subió al caballo,—por ver que decía;
en las siete leguas—no hablara la niña.
Al pasar un campo—de verdes olivas,
sus quejas y lágrimas—el alma partían.
—¡Prados
de mi tierra!—¡Prados de mi vida!
¡Cuando
el Rey mi padre—plantó aquí esta oliva,
yo era pequeña,—era una chiquilla;
la Reina, mi madre—la seda torcía;
mi hermano Don Bueso—los toros corría!
yo era pequeña,—era una chiquilla;
la Reina, mi madre—la seda torcía;
mi hermano Don Bueso—los toros corría!
—¿Qué
dices pequeña? —¿Qué me dices, niña?
¿Es eso
verdad —o es una mentira?
Dime
pues tu nombre—de quién eres hija.
—Soy la
que aquí ves,—soy la Rosalinda,
y así me llamaron—porque al ser nacida,
tenía en el pecho—una rosa prístina.
y así me llamaron—porque al ser nacida,
tenía en el pecho—una rosa prístina.
—Pues mira
qué cosas,—¡mi hermana serías!
si son
señas ciertas—las que comunicas.
Llegando
a su casa—llegando a su villa,
daba
grandes voces—y todos salían
a ver
qué pasaba—a ver qué ocurría.
—¡Ábrame
la puerta—mi madre querida
y
preste atención—a lo que decía;
¡traer quise nuera,—tráigole su hija!
¡traer quise nuera,—tráigole su hija!
—Para
ser tu hermana,—¡qué descolorida!
—¡Ay madre,
qué injusta,—qué exigente y rígida;
que no tiene en cuenta—que yo no comía
que no tiene en cuenta—que yo no comía
más que amargas
yerbas—de una fuente fría,
dó cantan las ranas—y los sapos silban.
Metióla en un cuarto—sentóla en la silla
dó cantan las ranas—y los sapos silban.
Metióla en un cuarto—sentóla en la silla
y le
encomendó—estar quietecita
mientras
la miraba—de abajo arriba.
—Me
cuesta trabajo—que seas mi hija,
mucho
has cambiado—de abajo arriba.
se
queja la moza—necia y consentida.
—Calla,
hija, calla,—hija de mi vida;
que quien te la ha dado—otra te daría.
que quien te la ha dado—otra te daría.
—¡Mi
jubón de grana,—mi saya querida,
que te dejé nueva—y la hallo rompida!
que te dejé nueva—y la hallo rompida!
—Pues
vaya un capricho.—¡Esta hija mía…!
Aquí está tu madre,—que otra te echaría.
Caminó Don Bueso—uno y cualquier día,
a tierra de moros—a buscar la niña.
Aquí está tu madre,—que otra te echaría.
Caminó Don Bueso—uno y cualquier día,
a tierra de moros—a buscar la niña.
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