A cazar
sale el Rey moro,—ya sale de cacería
una
mañana de agosto—antes de romper el día,
como
hacía el Gato Pardo—en su Sicilia nativa
cuando al
noble reemplazaba—la naciente burguesía;
lo ha
contado Lampedusa—con singular maestría
en obra
imperecedera, —en obra perenne y viva.
Se lo
encargara la mora,—que le trajera una cautiva
mejor si hija de Condes—o de Reyes de Castilla;
mejor si hija de Condes—o de Reyes de Castilla;
quién a buen árbol se arrima, —buena sombra lo cobija,
dice el refrán castellano—sin que
no lo contradigan.
Hallaron
al Conde Flor,—de vuelta de romería
a San. Salvador de Oviedo—y Santiago de Galicia;
en el trayecto al sepulcro—lo ha acompañado su hija
a San. Salvador de Oviedo—y Santiago de Galicia;
en el trayecto al sepulcro—lo ha acompañado su hija
que de
él no se separa—y va adonde él le diga.
Los
moros, sin más razones,—le exigen que se rinda,
pues lo
superan en número—por una gran mayoría,
a lo
cual él se niega—pues ni por pienso lo haría.
—Sea
como lo quieres—le dice aquella partida
de
desalmados guerreros—con la mayor sangre fría,
y sin
más contemplaciones—le quitan allí la vida,
ya la cabeza le cortan—y en un pozo la metían,
ya la cabeza le cortan—y en un pozo la metían,
porque
nadie la encontrara—ni de ella diera noticia,
mientras con piedras del campo—lo que quedaba cubrían.
En tanto que maniatan—a la infortunada hija
mientras con piedras del campo—lo que quedaba cubrían.
En tanto que maniatan—a la infortunada hija
y allí
mismo, sin más trámite, —de su libertad la privan,
que así
suele suceder—sin solución a la vista,
a quién
por su mala suerte —le toque ser ya la víctima.
La
meten en un navío—rumbo a la morería
y ya salen a la mar,—lo hacen a toda prisa
y ya salen a la mar,—lo hacen a toda prisa
porque
el hierro hay que mallarlo—mientras al rojo brilla.
La mora, desque lo supo—salió alegre a recibirla,
montada en caballo blanco,—y regiamente vestida,
La mora, desque lo supo—salió alegre a recibirla,
montada en caballo blanco,—y regiamente vestida,
que es
florón de los nobles—mostrar en todo cortesía.
La llevaron a palacio,—lloraba a lágrima viva
La llevaron a palacio,—lloraba a lágrima viva
porque
es duro nacer libre—y de pronto ser cautiva.
Encinta estaba la mora—la esclava encinta venía;
y lo quiso Dios del cielo—ambas parieron un día
Encinta estaba la mora—la esclava encinta venía;
y lo quiso Dios del cielo—ambas parieron un día
en que
los buenos augurios—fortuna y paz predecían..
La partera era una bruja,—malvada hada madrina,
La partera era una bruja,—malvada hada madrina,
y
atendiendo a su provecho, —por pedir al Moro albricias,
usando de malas mañas—cambió niño por niña;
entregó el niño a la Mora—y la niña a la cautiva.
La reina mora contenta,—levantóse al otro día:
la cristiana, acongojada—a los veinte aún no podía.
usando de malas mañas—cambió niño por niña;
entregó el niño a la Mora—y la niña a la cautiva.
La reina mora contenta,—levantóse al otro día:
la cristiana, acongojada—a los veinte aún no podía.
—Levántate,
tú, la cristiana;—ve a bautizar a esa niña,
como
mandan tus creencias—y te impone la doctrina.
Respondióle
la cristiana—bien oiréis lo que decía:
—¡Con
lágrimas de los ojos—la bautizo cada día!
respondióle
ella al momento—sin olvidar una sílaba;
si estuviera en mi tierra—eso es justo lo que haría
y le pondría el nombre—de una hermana que tenía
si estuviera en mi tierra—eso es justo lo que haría
y le pondría el nombre—de una hermana que tenía
allá
lejos en mi tierra, —en la remota Castilla;
se llamaba Blanca Flor,—igual que una margarita;
se llamaba Blanca Flor,—igual que una margarita;
pero un
día infortunado—en que a solas recogía
las
hierbas para lavarse—de san Juan la mañanita,
cayó en manos de moros—que la llevaron cautiva
cayó en manos de moros—que la llevaron cautiva
a do
viven los paganos—a tierras de morería.
—Diga,
diga, ¿esa tu hermana,—diga, que señas tenía?
—Tenía en el lado diestro—una verruga maligna,
y su pelo rubio y largo—hasta los pies la cubría
—Tenía en el lado diestro—una verruga maligna,
y su pelo rubio y largo—hasta los pies la cubría
como
según se nos cuenta—cubría a lady Godiva,
la
esposa legendaria—de un reino por allá arriba
en
donde reinan las brumas—y vivieron los druidas.
—Por esas señas, cristiana,—¡Eres tú la hermana mía!
Le echó los brazos al cuello,—llorando cual poseída,
—Por esas señas, cristiana,—¡Eres tú la hermana mía!
Le echó los brazos al cuello,—llorando cual poseída,
que
tales cosas suceden—muy raramente en la vida.
—Vete a la iglesia cercana—hoy transformada en mezquita,
—Vete a la iglesia cercana—hoy transformada en mezquita,
y por
tu propia mano,—bautiza pronto a esa niña,
porque
de no hacerlo así—al limbo ya la destinas
no sea
que se nos muera—lo que del cielo la priva
y la
condena a quedarse—en el limbo mientras viva.
Respondióle la cristiana:—¡Dudo que el rito valdría,
porque renegar me hicieron—de mi madre y mi madrina,
de la leche que he mamado—y de la santa María!
Respondióle la cristiana:—¡Dudo que el rito valdría,
porque renegar me hicieron—de mi madre y mi madrina,
de la leche que he mamado—y de la santa María!
—Yo te
daré barco de oro,—trinquete de plata fina,
y siete moros mancebos—que te lleven a Castilla:
y si con esto no basta—iré en tu compañía.
—Haríamos mala pareja—oh mi hermana querida,
y siete moros mancebos—que te lleven a Castilla:
y si con esto no basta—iré en tu compañía.
—Haríamos mala pareja—oh mi hermana querida,
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