Estaba
Juana en la playa—en su toalla tendida
bronceándose
la espalda—dándose la buena vida,
cuando un ligón se acercó,—a ver lo que conseguía,
cuando un ligón se acercó,—a ver lo que conseguía,
echarse
un polvo de gratis—una aventura a la lista
añadir
como un don Juan—Tenorio de nuestros días.
Una proeza
de macho—y una fácil conquista.
—¿Quieres
que crema te ponga, —te dé un masaje y te diga
lo
buena que me pareces—lo muy cachonda y maciza?
No te
me hagas la estrecha—que conmigo no valdría,
tengo experiencia
en la cosa—y mas conchas que tendría
un
galápago en la costa, —un galápago en las islas
que
llevan su mismo nombre—, para que no se diga;
aprovecha
la ocasión—de darte el lote, querida
que las
oportunidades—a una calvas las pintan.
¡Jesús,
qué bruto es el hombre—¡la madre que lo paría!
Debiera
el tal controlarse—y frenar su acometida
que no
somos las mujeres—más putas que las gallinas
como
asegura el folclore—y como el vulgo lo afirma;
que
somos seres humanos—a los que el deseo anima
de verse
tan respetados—como cualquier un usía.
Hay que
enseñarle maneras—y que las lleve aprendidas
para evitar
las olvide—y su conducta repita.
—Claro
que quiero, muchacho—y todo lo que tú digas,
que es
un acierto evitar—las ocasiones perdidas,
de
nuevo no se presentan—yerra el que las desperdicia.
Ponte
al avío, por tanto—no te demores, aviva,
ya que
complacerme quieres—no seré yo quien lo impida.
No vio
el engaño el mancebo—la trampa que le tendía,
cayó de
cabeza en ella—como un pájaro en la liga,
que así
paga el imprudente—su inoportuna osadía,
sus
avances no pedidos—sus bruscas acometidas.
Úntame
por los dos costados,—dame friegas, espabila:
no te aburras ni te enfríes,—no cejes en lo que hacías,
no te aburras ni te enfríes,—no cejes en lo que hacías,
que
insaciables las hembras—nunca reconocerían
que
están al fin satisfechas—contentas y agradecidas;
en
cambio por el contrario—solo te amargan la vida
pidiendo
más sin descanso—imposibles gollerías,
que
olvides tus intereses, —que solo para ellas vivas.
para
tenerte las riendas—sin caprichos ni derivas,
acusándote
sin cese—de impotencia y cobardía
pues
incapaz te demuestras —de hacer lo que prometías.
¡Ay del
que cae en sus redes!—¡Ay del que atiende a sus iras!
No
tendrá paz ni reposo—hasta el final de sus días.
Aquel
ligón imprudente—con la lección aprendida
rabo
entre piernas se fue—la cresta baja y caída
y para
no recaer—ni repetir la partida,
se hizo
gay de repente—para el resto de su vida.
Tales
son las consecuencias—de la ignorancia atrevida.
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