miércoles, 13 de febrero de 2019

El sentimiento de culpa


Ayer he visto en YouTube el documental del historiador francés Alain Decaux acerca de una mujer del siglo XVII, la marquesa de Brinvilliers. Marie Madeleine Marguerite d'Aubray envenenó a su padre, a sus dos hermanos y a su doncella. Y pensó en hacerlo también con su hermana y su cuñada. A los 5 años se masturbaba, se lo habían enseñado, a los 6 la habían desvirgado y a los 10 la violó su hermano mayor. A los 17 sabía leer y escribir correctamente, lo que era rarísimo en una mujer de aquel tiempo, y a los 21 se la casó con Antoine Gobelin de Brinvilliers, que pronto la dejó por otra. Tuvo varios amantes y se enamoró de Godin de Sainte-Croix, capitán de caballería, para disgusto del padre, que no quería una hija adúltera en la familia. Para probar la eficacia del veneno, acudía a los hospitales y envenenaba a los pacientes. Después de darle tormento, la decapitaron y quemaron sus restos.  Era el siglo del Rey Sol.  Lo que me ha llamado la atención fue el hecho de que cuando estaba en el que podríamos llamar corredor de la muerte de aquella época, la visitaba un capellán que la incitaba a reconocerse culpable y arrepentirse. Una y otra vez le preguntaba ¿te sientes culpable de los horribles crímenes que has cometido? Y ella una y otra vez le respondía ¿culpable? No ¿por qué? Pero él no cedía y a fuerza de insistir ella acabó reconociendo que era poco menos que un monstruo. Y esto me trajo a la memoria otros casos parecidos. Hace ya algún tiempo el cineasta Claude Lanzmann retrató en los seis episodios de SHOAH lo que fue vivir en la Alemania de Hitler y como el protagonista va cambiando lentamente desde su posición inicial de admirador decidido del régimen hasta la de la aceptación y reconocimiento de que aquello era un horror. En uno de los episodios el entrevistador habla con el jefe de una de las estaciones por donde pasaban los trenes que iban a Auschwitz y le pregunta si él sabía qué estaba sucediendo y si se reconocía culpable de haber dado paso libre a los convoyes. Como el hombre se escabullera y evitara responder directamente a la pregunta, el otro insistía e insistía hasta hacerle decir disculpándose ¿y qué podía yo hacer? Si me hubiera opuesto, me hubieran mandado a mí al campo. La película The reader refleja un caso más. Terminada la II guerra mundial una mujer es llevada a juicio por haber participado en el asesinato de la población de una aldea. Los SS habían encerrado a hombres, mujeres y niños en una iglesia y la habían incendiado. También los que la acusan pasan por alto otras circunstancias y una y otra vez le preguntan si no se siente culpable de la masacre, a lo que ella responde con evasivas hasta que la obligan a disculparse. Finalmente se suicida en la celda. Y aun más. También terminada la guerra entrevistan a una mujer que había participado en la defensa de Stalingrado y cuando ella dice al periodista que los soldados rusos ocultos en las ruinas estaban al acecho de algún soldado alemán que se descuidara para abatirlo de un balazo como a un conejo, él le pregunta ¿y qué sentía usted? ¿Sentía usted compasión? A lo que ella responde ¡qué va! nada de compasión ni piedad, al contrario, orgullo y satisfacción. Y como él insistiera y le hablara de aquellos pobres jóvenes que morían allí ante sus ojos lejos de sus hogares, ella le responde al fin ¡nadie les pidió que vinieran, nosotros no los llamamos! Lo que tienen de común estos casos y me ha sorprendido es ese empeño a todas luces intencionado de los jueces, cineastas o periodistas en llevar a los entrevistados a entonar el mea culpa cuando está a la vista que no pudieron hacer otra cosa que lo que hicieron pues fueron simples peones de un juego que otros jugaban. Me hacen pensar que hay algo escondido, que hay como un acuerdo en hacerlo así y no de otra manera, lo que, si tal es el caso, no llego a comprender.

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