Todos recordamos la
fama que teníamos los gallegos. Digo teníamos para referirme al tiempo pasado,
el tiempo en que no había democracia. Tiempos oscuros, tiempos oscurantistas.
El resto de España despreciaba a los gallegos. ¡Coitados! pobrecillos, se decía
con suficiencia en Madrid. Pero aquellos tiempos pasaron, ya somos modernos, ya
nos hemos puesto al día. ¡Cuántas cosas no han cambiado, de entonces ahora! La
noticia publicada en Faro de Vigo lo dice bien claramente, 33 adolescentes de
cada 100 de 12 a 17 años ve con frecuencia pornografía en Internet. Recuerdo a
una señora mayor, de las antiguas, que cuando supo que había quien practicaba
el cunnilingus, chuparle el coño a una hembra, para ser más explícitos, había
exclamado asombrada: ¡pero si é por ahí por donde mexo! ¡pero si es por ahí por
donde meo! Nada de eso queda ya, ha pasado a la Historia, estamos en la
modernidad. ¿Y cómo aprender mejor lo que es el sexo que yendo a mirarlo en
Internet? Lo malo del caso es que el que llamamos sexo en Internet no tiene
nada que ver con la realidad, es pura fantasía, pura imaginación. Una cosa es
lo que se ve en Internet y otra distinta lo que sucede a la hora de la verdad,
cuando una joven se halla en la cama al lado de un joven macho. Ninguno de los
dos alcanza a estar a la altura, ninguno de ellos logra reproducir lo que ha
visto. Y se siente frustrado, decepcionado, es lo más lógico. Pero en lugar de
comprenderlo y pensar que realidad y fantasía son dos cosas distintas, se
siente culpable. No doy la talla, ¿qué pasa conmigo? se pregunta angustiado.
Han olvidado, si alguna vez lo supieron, cosa que dudo, que el sexo es algo
humano, algo biológico que sucede entre dos animales y que la biología y el reino
animal tienen sus leyes. Nuestros dos jóvenes no se ven como seres humanos, con
sus miserias y limitaciones, se ven como personajes de cómic o de novela. No
sienten uno por otro el amor que describen los literatos, se cansan, a veces no
tienen ganas, les falta el deseo, están ausentes, viven en otro mundo y lo que
encuentran los desencanta. Se divorcian, viajan al extranjero, buscan lo que
leyeron, sin darse cuenta de que es una empresa sin esperanza, de que la única
vida, la vida verdadera, es la que se vive con los pies en el suelo, con los
ojos abiertos, en la cruda realidad.
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