lunes, 17 de septiembre de 2018

Galicia se moderniza, se pone al día


Todos recordamos la fama que teníamos los gallegos. Digo teníamos para referirme al tiempo pasado, el tiempo en que no había democracia. Tiempos oscuros, tiempos oscurantistas. El resto de España despreciaba a los gallegos. ¡Coitados! pobrecillos, se decía con suficiencia en Madrid. Pero aquellos tiempos pasaron, ya somos modernos, ya nos hemos puesto al día. ¡Cuántas cosas no han cambiado, de entonces ahora! La noticia publicada en Faro de Vigo lo dice bien claramente, 33 adolescentes de cada 100 de 12 a 17 años ve con frecuencia pornografía en Internet. Recuerdo a una señora mayor, de las antiguas, que cuando supo que había quien practicaba el cunnilingus, chuparle el coño a una hembra, para ser más explícitos, había exclamado asombrada: ¡pero si é por ahí por donde mexo! ¡pero si es por ahí por donde meo! Nada de eso queda ya, ha pasado a la Historia, estamos en la modernidad. ¿Y cómo aprender mejor lo que es el sexo que yendo a mirarlo en Internet? Lo malo del caso es que el que llamamos sexo en Internet no tiene nada que ver con la realidad, es pura fantasía, pura imaginación. Una cosa es lo que se ve en Internet y otra distinta lo que sucede a la hora de la verdad, cuando una joven se halla en la cama al lado de un joven macho. Ninguno de los dos alcanza a estar a la altura, ninguno de ellos logra reproducir lo que ha visto. Y se siente frustrado, decepcionado, es lo más lógico. Pero en lugar de comprenderlo y pensar que realidad y fantasía son dos cosas distintas, se siente culpable. No doy la talla, ¿qué pasa conmigo? se pregunta angustiado. Han olvidado, si alguna vez lo supieron, cosa que dudo, que el sexo es algo humano, algo biológico que sucede entre dos animales y que la biología y el reino animal tienen sus leyes. Nuestros dos jóvenes no se ven como seres humanos, con sus miserias y limitaciones, se ven como personajes de cómic o de novela. No sienten uno por otro el amor que describen los literatos, se cansan, a veces no tienen ganas, les falta el deseo, están ausentes, viven en otro mundo y lo que encuentran los desencanta. Se divorcian, viajan al extranjero, buscan lo que leyeron, sin darse cuenta de que es una empresa sin esperanza, de que la única vida, la vida verdadera, es la que se vive con los pies en el suelo, con los ojos abiertos, en la cruda realidad.

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