Un autor titula La ficción gramatical su libro.
Para él tal ficción es la voz interior que llamamos yo. La que nos dice que
somos individuos antes que miembros de la comunidad. Este es y ha sido el
dilema original. Los revolucionarios de la Historia han partido de un principio
común: el resultado necesario de lo que hacemos es el paraíso en la Tierra; el
individuo no es nada, el conjunto lo es todo. Mussolini quiso mejorar a los
italianos; los italianos de su tiempo eran débiles, imperfectos; quiso hacerlos
fuertes, perfectos. Hitler quiso crear la raza perfecta, quiso modificar al
pueblo alemán; los alemanes que él crearía serían sanos y fuertes, eternamente
jóvenes, perfectos. Stalin quiso acabar con el imperfecto gobierno burgués y
transformar para siempre la sociedad internacional mediante la Revolución del
proletariado. Los tres se proponían mejorar a los seres humanos del momento;
mejorarlos en breve plazo, en una generación. Para este fin excelente cualquier
medio valía. El individuo no es nada, sólo importa la comunidad. Los tres
causaron sufrimientos sin cuento, mucho sufrimiento individual. Pero como los
fines eran excelsos, los medios carecían de importancia, todo estaba
justificado. Como razonamiento, el suyo convence. Pero a la vista de los
resultados, hay que escoger. O aceptar sus propuestas o rechazarlas de plano.
El tiempo nos dará la razón, decían ellos. Muy largo nos lo fiáis, respondían
sus oponentes. Y puesto que hay que escoger, aquí y ahora, de inmediato, yo
particularmente escojo al individuo antes que a la comunidad. Aun a riesgo de
equivocarme.
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