22 de abril de 2017. La guerra civil española. En sus memorias Orwell dice haber estado en
la guerra española. Para él era una guerra justa, la revolución de los
trabajadores era necesaria y en su fracaso todos hemos salido perdiendo. Cierto
que la clase trabajadora estaba siendo muy oprimida. Se condenaba a los
trabajadores a una vida imposible. La clase dominante los explotaba sin piedad,
no cabe duda. Correcto. Lo que ya no está bien son las consecuencias reales de
la revolución. Leyendo a Orwell y a quienes como él la defendieron y defienden
se tiene la impresión de que ven a la clase trabajadora como un conjunto de
ángeles en lucha con los demonios de Lucifer, es decir, como algo espiritual y
fuera del mundo, en vez de verla como lo que es, la pelea de unos hombres con
otros, cada uno con sus intereses propios. Y el resultado de esta pelea ha sido
siempre uno y el mismo, el cambio de una opresión por otra igual que la antigua
si no peor. En estas luchas, en estas revoluciones, se ha buscado siempre el
exterminio de la parte contraria. Puede que en teoría se trate de implantar en
el mundo la justicia; pero nunca se lo consigue, al contrario, se implanta el
horror. Pues bien, parece que ni Orwell ni los demás pensaron nunca en esto. La
clase trabajadora eran los buenos y la burguesía explotadora los malos, en
términos absolutos, el bien absoluto, el mal absoluto. Y dados nuestros
antecedentes cristianos y bíblicos, no cabe el acuerdo, el Bien ha de vencer al
Mal y destruirlo de raíz. Pero en las guerras de los humanos esto no es ni
puede ser así. Orwell no parece comprenderlo. Parece dar por sentado que el
gobierno de la clase trabajadora iba a ser puro y sin tacha, angelical.
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