La infantina estaba enferma,—llena de melancolía,
porque no quieren casarla—con el Conde de Almaviva.
—Cuando te quise casar—con el Conde de Almaviva,
me dijiste que eras joven—y que no tenías prisa;
porque no quieren casarla—con el Conde de Almaviva.
—Cuando te quise casar—con el Conde de Almaviva,
me dijiste que eras joven—y que no tenías prisa;
y de pronto has cambiado—y otra cosa maquinas.
A ver quién te entiende, muchacha—a ver quién te atura, hija.
A la sazón pretextaste—ser todavía muy niña.
Cambias ahora de opinión,—nadie a tu mano ya aspira.
Cambias ahora de opinión,—nadie a tu mano ya aspira.
Bien empleado te está—por mudable y tornadiza,
por caprichosa y volátil—por vana y antojadiza.
Hay que cogerlas al vuelo—las ocasiones, chiquilla.
No vuelven nunca dos veces—hay que tragar la pastilla.
—Cáseme usted, padre mío,—no me predique homilías,
no estoy ya para esos trotes—y la cosa corre prisa;
que otras hembras de mi tiempo—mantienen casa y familia
que otras hembras de mi tiempo—mantienen casa y familia
y no es razón que lo vea—desde, digamos, la orilla,
para vestir santos quedo—si no se toman medidas,
percance que me disgusta—la mar y me contraría
más que pudiera pensarse—y más que nadie imagina.
Quiero casarme, mi padre—y quiero hacerlo deprisa.
—Pues en un brete me pones—no sé qué hacer, hija mía,
ya me dirás cómo enfrento—la situación conflictiva.
—Mandad al conde recado,—y que venga al mediodía
—Mandad al conde recado,—y que venga al mediodía
para comer con nosotros—y sin poner cortapisas;
a los manteles alzados—diréisle de parte mía
que acabe con su mujer—y case con la Infantina.
Mandólo llamar el Rey—envióle una misiva
que acabe con su mujer—y case con la Infantina.
Mandólo llamar el Rey—envióle una misiva
por manos de mensajero—que vuela más que camina.
—Presentaos en la corte—no es traidor quien avisa,
que con urgencia he de hablaros—evitad las evasivas.
Apresuraos a hacerlo—o incurriréis en mi ira.
Apresuróse el buen conde—a hacer cual se le pedía
y en menos que canta un gallo—a la puerta aparecía:
—Aquí me tenéis, buen Rey,—decidme qué me queríais.
—Que mates a tu mujer—y cases con la Infantina.
—No es verdad lo que oigo—es solo la fantasía
de una mente que no rige—que no conoce medida.
¿Cómo queréis que lo haga,—tal disparate y folía?
No estáis en vuestros cabales—sois presa de la manía.
—Mata conde a tu mujer,—o te costará la vida.
—Mata conde a tu mujer,—o te costará la vida.
Mis órdenes no se discuten—nadie en hacerlo vacila.
Dejó el Conde el palacio—y para su casa iba;
ardiendo en rabia y furor—con más pesar que alegría.
Su mujer está a la puerta—a recibirlo venía,
Dejó el Conde el palacio—y para su casa iba;
ardiendo en rabia y furor—con más pesar que alegría.
Su mujer está a la puerta—a recibirlo venía,
y se parece a una estrella—que sale de amanecida.
—¿Qué te quería el buen Rey,—a qué la llamada y cita?
—Lo que quería el buen Rey,—es disparate y folía;
me manda que te de muerte—y case con la Infantina.
me manda que te de muerte—y case con la Infantina.
—¿Cómo me vas a matar,—a mí, tu esposa legítima?
—Está la sentencia dada,—será la tuya o la mía.
—Matarme así, por las buenas,—sólo eso faltaría,
Puesto que el Rey está loco —puesto que así se empecina
en salirse con la suya—sin atender a la mía,
se impone hallar la manera—de encontrar una salida,
de darle gato por liebre—de hacerlo a la calladita.
Envíame lejos de aquí,—a do mis padres habitan,
Envíame lejos de aquí,—a do mis padres habitan,
para que el rey se lo crea—que ya estoy muerta y no viva;
no temas que no te ame;—como siempre te querría;
hasta la muerte he de amarte—no te amará la infantina.
hasta la muerte he de amarte—no te amará la infantina.
—Calla, importuna mujer, —cállate, por vida mía,
que hablas más que razonas—y en lo importante no atinas;
Nuestra sentencia está dada—será la tuya o la mía;
Nuestra sentencia está dada—será la tuya o la mía;
—Menudo conde estáis hecho—menudo conde, a fe mía,
que a las órdenes se pliega—de un maníaco homicida.
Mas que estáis determinado—a hacer tal villanía,
dejadme al menos que rece,—antes de entregar la vida.
—Decid presto la oración—no os demoréis en decirla,
que dando al asunto largas,—primero amanecería.
—No será larga, os prometo,—pues que os entra la prisa,
no durará un santiamén—jamás más breve no habría.
Encomendóse la pobre,—a Dios y a santa María,
Encomendóse la pobre,—a Dios y a santa María,
rogó a todos los santos—que más influencia habían,
y rematólo diciendo—¡Valedme, oh madre mía!
Tras de lo cual mansamente—se entregó como víctima.
Echóle un pañuelo al cuello,—el conde, uno de batista,
Echóle un pañuelo al cuello,—el conde, uno de batista,
y agarrándolo a dos manos—lo apretó cuanto podía;
al tiempo que así rezaba—y arrepentido decía:
—«¡Válgame el Rey de los Cielos,—gloriosa Santa María!
al tiempo que así rezaba—y arrepentido decía:
—«¡Válgame el Rey de los Cielos,—gloriosa Santa María!
que si hago lo que hago—lo hago en contra mía».
No dijera estas palabras—que el paje del Rey venía
No dijera estas palabras—que el paje del Rey venía
a decirle de su parte—lo que a seguir le decía:
—«No mates a tu mujer,—que la diñó la Infantina;
—«No mates a tu mujer,—que la diñó la Infantina;
ya está en el cielo y ya goza—las maravillas divinas».
Que son cosas que suceden—absurdo tal e injusticia.
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