Estaba un día un buen viejo, sentado tomando el sol, cuando supo se anunciaba guerra y confrontación.
—Se preparan a matarse, a sembrar duelo y horror, y deploro que la edad me condene a la inacción, pues que en las venas me arde la sangre y la excitación.
Caminaba hacia su casa y echaba una maldición: —¡Malhayas tú, esposa mía, y nunca tengas perdón, por parir a siete hijas y no parir un varón.
La más joven de entre ellas, tal maldición no sufrió y llevándole la contraria a su padre se enfrentó. —No la maldigas, mi padre, ni caigas en el error de creer que por ser hembra valgo menos que un varón.
Valgo tanto o más que ellos, no tolero oposición, y demostrarlo me cabe si se me ofrece ocasión. Yo partiré a esta guerra vestida como un garzón.
Compradme pues padre mío el equipo de un varón; dadme las armas al caso y un caballo veloz, que sabré dejar bien alto el belicoso pendón.
—Conoceránte en los ojos, hija, que muy bellos son.
—¡Que no me admiren por bella, mas por salvaje y feroz!
—Conoceránte en los pechos, que ya abultan un montón.
—¡Mis femeninos encantos, no atraigan la admiración!
—Conoceránte en los pies, por la su talla inferior.
—Calzaré botas de cuero bien rellenas de algodón.
Ponedme un nombre, mi padre,—acorde a mi condición.
—Te llamarás don Felipe, —que así me llamaba yo.
Ya en medio de la tropa,ninguno la conoció, si no es el hijo del Rey, que d’ella s’enamoró.
—Tal caballero, mi madre,—doncella me pareció. —¿Qué os lo hizo pensar;—qué que la duda sembró?
—Su modo de comportarse y su talante en la acción, un no sé qué en sus maneras, que llevan a confusión. El colocarse el sombrero y el ceñirse el cinturón, sus pantalones bordados y lo dulce de su voz
—La invitaréis, hijo mío, a ir de compras con vos; si como decís es hembra, lo hará sin vacilación.
El caballero es discreto—resistió a la tentación y en vez de comprar vestidos—un puñal les prefirió.
—El mirar de Don Felipe—es de las almas ladrón.
—La invitaréis, hijo mío, a ir al lecho con vos; si como decís es hembra, no lo hará de sopetón.
El caballero es discreto, huyó la contestación. —El mirar de Don Felipe es cual del alma un ladrón.
—La invitaréis, hijo mío, a disparar un cañón. Si como decís es hembra, le disgustará el fragor.
El caballero es discreto, rompe a decir ¡voto a Dios! —¿Qué os sucede, Felipe, que juráis como un matón?
—Que han dado muerte a mi padre y mi madre enviudó: con armas no homologadas y compradas de ocasión.
Quiero salir a vengarlo, he de encontrar al felón culpable de la masacre, alevosía y traición. Os pido me deis licencia, para tomar vacación.
—Cuenta con ella, Felipe,—es sabia tu decisión. Coge el caballo más ágil,—sal a cumplir tu misión y no regreses sin antes—haber lavado el baldón.
Falta no hizo insistir—repetir la invitación.
Va por las cuestas arriba—corre como un ciclón, mientras por la cuesta abajo no lo alcanzara un tifón.
—Adiós, adiós, camaradas,—colegas del ardua labor; siete años he servido la enseña de la nación y otros siete la sirviera sin cambiar pabellón de haber tenido la suerte de nacer macho y varón.
Oyóla el hijo del Rey—oyó su declaración, y del amor empujado salió en su persecución.
Llegada ella a su casa,—la recibió una ovación de los allí reunidos, la oveja al redil volvió.
Pide la rueca a su madre y se pone a la labor como si nada cambiara desde el día en que marchó.
—Deja la rueca, Felipe,—va contra tu vocación de belicosas hazañas, matanzas, sangre y fragor; vuelve a causar sufrimiento; que no te arredre el dolor que dejas por donde pasas, ni sientas la contrición de aquel que se arrepiente si una vez delinquió. Sostenella y no enmendalla, así lo exige el honor.
Tu enamorado te busca, lo enloquece la pasión que en él has despertado, y no le queda otra opción que perseguirte sin tregua hasta hallar solución; el amor todo lo vence, nada resiste al amor.
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