Tenía una vez un rey—tres hijas de fina estampa;
la más joven de las tres—Delgadina se llamaba.
Un día estando a la mesa—muy formalita sentada
la más joven de las tres—Delgadina se llamaba.
Un día estando a la mesa—muy formalita sentada
entre su madre y su abuela—primas, tías y cuñadas,
alzó la vista del plato—y vio que el Rey la miraba:
Aprovechó la ocasión—pintan, a la ocasión, calva,
del teatro del absurdo—era, la cantante, calva,
la obra de Ionesco—que en los 50' arrasaba,
para decir a su padre—en voz la más alta y clara,
lo que a seguir os ofrezco—una invención nueva y rara:
—Que no os asuste, señor,—mi delgadez extremada,
que parezco un esqueleto—más que una moza formada;
es que no como ni duermo—ni acierto a dar puntada,
a causa de los amores—que me traen trastornada,
fuera de mí, ida y loca—rara y desequilibrada,
más demente que un cencerro—y más loca que una cabra,
extravagante y funesta—paranoica y desquiciada,
es que mi amante me turba—es que estoy enamorada.
Nunca tal cosa dijera—¡que nunca así se expresara!
pues que a menudo aprovecha—mantenerla bien cerrada
porque los padres de antaño—con chiquitas no se andaban
si la virtud de sus hijas—andaba en lenguas malas,
y sin perder ni una comba—se dispuso a castigarla.
¿Cómo la tal se atrevía —a hablarle, la deslenguada,
de esta guisa atrevida—audaz y desvergonzada?
tirarle hay de las riendas—retenerla y enseñarla
a comportarse cual debe—una joven de su casta.
—Venid, corred, mis criados,—venid y al punto encerradla
donde ninguno la vea—de donde ninguno salga,
en la torre más oscura—más lúgubre y más apartada
en la torre más oscura—más lúgubre y más apartada
que se encontrare en mis tierras—que en mis dominios 'haiga'.
Y de este modo tan cutre—quedó la su suerte echada,
de aquella joven ingenua—tonta y atolondrada
que pensó que sus amores—a ella sola importaban.
Craso error el de la chica—que así a su padre enfrentaba
sin saber que cambia el tiempo—mas las costumbres no cambian.
Piedad de ella no tendréis—de bronce será vuestra alma
y ninguna de sus súplicas—capaz será de ablandarla.
Si compasión os pidiera—no la escuchéis y negádsela,
a sus palabras falaces—sordos seréis como tapias
de adobe o de perpiaño—granito o de roca blanca,
que todo aquel que se precie—de insensible hará gala.
El que los tenga bien puestos—y tenga lo que hace falta,
no dejará lo conmuevan—de una lagarta las lágrimas.
Si os pidiese de comer,—reíros habéis en sus barbas
para hacerle comprender—que son sus jeremiadas
tiempo perdido e inútil—pólvora gastada en salvas.
Y si os pide de beber—la obligaréis a cerrarla,
para que no le entren moscas—cuando abierta la dejara.
Porque se muera de sed—y sueñe con beber agua.
Y si os pide otra cosa,—os negaréis a escucharla,
Y si os pide otra cosa,—os negaréis a escucharla,
oídos sordos haréis—la mandaréis a hacer gárgaras,
como conviene y le cumple—siendo necias las palabras.
Y la encerraron al punto—en una desierta sala
donde no entraba la luz—más que de viernes en pascuas.
Faltaban las claraboyas—tragaluces o ventanas,
siempre estaba en sombra—nunca el fulgor penetraba
de una mala candela—vela, quinqué o una lámpara.
Delgadina se asombró—de una oscuridad tan vasta,
Delgadina se asombró—de una oscuridad tan vasta,
nunca igual la conociera—jamás igual la catara,
que los espacios abiertos—fueran antaño su cámara.
Infortunada doncella—pobre y malaventurada,
merecedora de suerte—bastante menos aciaga.
Dejada sola y a oscuras—a meditar se entregaba,
Dejada sola y a oscuras—a meditar se entregaba,
¿qué puedo hacer, madre mía—para salir bien librada
del aprieto en que me encuentro—en esta lóbrega sala?
Para empezar pido ayuda—a Dios y a su madre santa,
omnipotentes que son—y capaces de arreglarla
la situación más difícil—más ardua y enrevesada,
¡Si ellos se encargan del caso—he de salir bien librada!
Pues el que todo lo puede—puede lo que haga falta.
Así pensaba la joven,—se animaba y consolaba
Así pensaba la joven,—se animaba y consolaba
mientras pasaban las horas—y la ayuda no llegaba.
Y para matar el tiempo—y que no se le hicieran largas,
pensaba en días mejores —cuando tan bien lo pasaba
pensaba en días mejores —cuando tan bien lo pasaba
en compañía del novio—de sus apuros la causa.
—¡Malhaya de los amores—que tales penas nos causan!
mejor viviera soltera—tranquila y sola en mi casa,
—¡Malhaya de los amores—que tales penas nos causan!
mejor viviera soltera—tranquila y sola en mi casa,
tomando el té con mis pares—y sin dar un palo al agua,
que complicarme la vida—con lo que no dura y pasa
en menos tiempo que un gallo—canta de madrugada.
Y en parejos lamentos—las horas se le iban rápidas.
Y en parejos lamentos—las horas se le iban rápidas.
De pronto inundó la celda,—una luz desmesurada
mientras a su alrededor—los ángeles se juntaban
para ofrecerle consuelo—y entregarle la palma
de aquellos pocos que mueren—porque en demasía aman,
Brotara de las paredes—una fuente de agua clara
Brotara de las paredes—una fuente de agua clara
cuyo rumor lisonjero—el ánimo le calmaba
mientras la mesa bien puesta—justo en mitad de la estancia,
la invita a reconfortarse—y echar al aire una cana.
Obra milagros la fe—mueve ríos y montañas,
pedid y se os dará—Dios y la Virgen no fallan
a
quien con fervor les reza,—y en ellos la confianzaObra milagros la fe—mueve ríos y montañas,
pedid y se os dará—Dios y la Virgen no fallan
sin las menores reservas—deposita y pone a ultranza.
Aquí se acaba la historia—de la moza infortunada.