Válgame Nuestra Señora—válgame santa María,
que arriba mora en el cielo—donde todo es alegría;
hoy cayó en poder de moros—la esposa de Don García.
Una caterva de ellos —la lleva presa y cautiva
a donde moran los moros—allá por la Morería.
El marido va en su busca—la quiere intocada y viva
y allí por donde pasa—va recogiendo noticias
de la suerte de su esposa—que llevan presa y cautiva
—Ande mi caballo, ande,—ande de noche y de día,
que vamos hasta el palacio—donde mi madre habita.
Don García es gente noble—también noble es su familia,
de ahí que ocupen palacios—otra cosa no valdría.
En presencia de su madre—así habla Don García:
—¡Qué Dios la guarde, mi madre,—y le dé una buena vida,
ando buscando a mi esposa—que al parecer va perdida.
Allí responde la madre—bien oiréis los que decía:
—Bien venido seas, mi hijo, —al que llaman Don García,
dime en qué puedo ayudarte—de buena gana lo haría.
—Lo que voy a preguntaros—cualquiera respondería:
si habéis visto aquí esta noche—mi esposa Doña María.
—Por aquí pasó esta noche—dos horas antes del día,
vestía de colorado,—¡oh y qué bien iba vestida!
como la que va una fiesta—a darse la buena vida;
cual corresponde a una dama—en buena cuna nacida;
y para añadir detalle—y completar la noticia,
deciros he que portaba—con garbo una chirimía
y la tocaba con arte—que pocos igualarían.
Cada nota que sonaba,—sólo un tema repetía,
he de ponerle los cuernos, —a mi esposo, Don García.
No quiso él escucharla—aquel discurso lo hería,
y enderezando al caballo—se fue por donde venía.
—Ande mi caballo, ande—de noche como de día,
hasta llegar al palacio—en donde habita una prima.
Quizá ella me comprenda—y me dé buenas noticias.
—¡Qué bella sois, oh, qué bella!—¡Qué rozagante y pulida!
¡Nadie con mejor aspecto! —¡Se os ve de maravilla!
—Gracias a Dios, caballero.—¡Me pase mal, no permita!
Mas decidme, primo mío—¿A qué debo la visita?
—Ando buscando a mi esposa—vedla ahí mi pesquisa;
decidme si la habéis visto—si habéis tenido noticia.
—Por aquí pasó esta noche—tres horas antes del día,
toda enlutada y de negro,—que verla daba hasta grima,
tocaba en un instrumento—una triste melodía
que conmoviera a una roca—si una roca la oía;
cada nota que sonaba,—sólo una cosa decía:
¿Nadie habrá que me ayude? —¡Váleme tú, Don García,
esposo mío adorado—que quedas solo en la vida!
—Ande mi caballo, ande—de noche como de día,
que en busca voy de mi esposa—mi compañera querida.
Llegado a mitad de un bosque—hace sonar su bocina
porque aquellos que la oigan—sepan que él se aproxima.
La han oído los moros—que llevan a la cautiva
y que sentados se toman—un tentempié de cecina
porque la cosa se pasa—en las tierras de Castilla
que exquisitez consideran—los que entienden de cocina.
Mientras los moros descansan—allí llega Don García:
—Qué Dios os guarde, muchachos,—moros de la morería;
ando buscando a mi esposa—que buena falta me hacía.
—Sed bienvenido, cristiano—y no tengáis tanta prisa,
tomad las cosas con calma—¡mucho mejor os iría!
Un buen caballo montáis—¡un buen caballo, a fe mía!
—Cierto, mejor no lo hay,—que viene de Andalucía,
una región española—donde excelentes los crían.
Desde Santiago me trae,—desde Santiago camina
a do habitan los moros—y que llaman Morería.
—Vamos nosotros allá,—iremos en compañía.
—Mi caballo es resabiado—de los otros desconfía,
de modo que en una tropa—jamás delante él iría.
—Que eso no os dé cuidado—el remedio es cosa fina,
Nosotros delante iremos—y vos detrás os vendríais.
—Que me place, caballeros—Partamos mientras es de día,
vámonos sin más demora—cuando el sol aún ilumina,
que en el invierno en que estamos—son harto cortos los días.
Ya se pusieron en marcha—ya caminando se iban
cuando al llegar a un regato—les pregunta Don García:
¡Qué haremos en este aprieto? —¿Quién pasará a la cautiva?
—Pasadla vos, el cristiano,—que tenéis fe compartida.
—Es mi caballo muy raro—su rareza es nunca oída,
jamás consiente a sus lomos—mujer de honra perdida.
—Si la trajo de su tierra—intacta la tiene y viva.
Si la perdió por acaso—nadie ayudarla podría.
Oyendo esto el esposo—se hace con la cautiva,
en su caballo la monta—y huyen a toda prisa.
Sube las cuestas, veloz,—ni un rayo lo alcanzaría:
y por las cuestas abajo—eso, ya ni se diga.
—Alegraos, oh, mi esposa,—ya llegamos a Castilla,
estáis a salvo y segura—todo va de maravilla;
atrás se quedan los moros—que os llevaban cautiva.
—Adiós, adiós el cornudo,—el cornudo Don García:
esa mujer va preñada—de cuantos moros había,
le gritaban frustrados—los que engañado había.
Puede que de este romance—fuera el protagonista,
un cierto Garci Fernández—que fue Conde de Castilla
y que figura en las crónicas—por sus conyugales cuitas.
Cosas que hoy no suceden, —mas sucedieron un día.
Os lo juro por mis muertos—y sobre la santa Biblia.
El que no quiera creerlo—es su problema, no mía.